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NARROS DEL CASTILLO: VIII...

VIII

¡De la sombra y el fuego al claro-oscuro
brotaban perspectivas espantosas,
y me hacía el efecto de un conjuro
el ver reverberar en cada muro
de la sombra las danzas misteriosas!...
¡La joven, que acostada traslucía
con su aspecto ideal, su aire sencillo,
y que, más que mujer, me parecía
un ángel de Rafael o de Murillo!
¡Sus manos por las venas serpenteadas,
que la fiebre abultaba y encendía,
hermosas manos, que a tener cruzadas
por la oración habitual tendía!...
¡Sus ojos siempre abiertos aunque a oscuras,
mirando al mundo de las cosas puras!
¡Su blanca faz de palidez cubierta!
¡Aquel cuerpo a que daban sus posturas
la celeste fijeza de una muerta!...
¡Las fajas tenebrosas
del techo, que irradiaba tristemente
aquella luz de cueva submarina;
y esa continua sucesión de cosas
que así en el corazón como en la mente
acaban por formar una neblina!...
¡Del tren expreso la infernal balumba!...
¡La claridad de cueva que salía
del techo de aquel coche, que tenía
la forma de la tapa de una tumba!...
¡La visión triste y bella
del sublime concierto
de todo aquel horrible desconcierto,
me hacían traslucir en torno de ella
algo vivo rondando un algo muerto!