Canto segundo
El día
I
Y continuando la infeliz historia,
que aún vaga, como un sueño, en mi memoria,
veo al fin a la luz de la alborada
que el rubio de oro de su pelo brilla
cual la paja de trigo calcinada
por Agosto en los campos de Castilla.
Y con semblante cariñoso y serio,
y una expresión del todo religiosa,
como llevando a cabo algún misterio,
después de un- ¡ay, Díos mío!-
me dijo señalando a un cementerio:
- ¡Los que duermen allí no tienen frío!-
El día
I
Y continuando la infeliz historia,
que aún vaga, como un sueño, en mi memoria,
veo al fin a la luz de la alborada
que el rubio de oro de su pelo brilla
cual la paja de trigo calcinada
por Agosto en los campos de Castilla.
Y con semblante cariñoso y serio,
y una expresión del todo religiosa,
como llevando a cabo algún misterio,
después de un- ¡ay, Díos mío!-
me dijo señalando a un cementerio:
- ¡Los que duermen allí no tienen frío!-