Ávila
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I
Fue una noche fría cuando llegué. En el cielo había pocas estrellas y el viento glosaba lentamente la melodía infinita de la noche... Nadie debe de hablar ni de pisar fuerte para no ahuyentar al espíritu de la sublime Teresa... Todos deben sentirse débiles en esta ciudad de formidable fuerza...
Cuando se penetra por su evocadora muralla se debe ser religioso, hay que vivir el ambiente que se respira.
Estas almenas solitarias, coronadas de nidos de cigüeñas, son como realidad de un cuento infantil. De un momento a otro espérase oír un cuerno fantástico y ver sobre la ciudad un pegaso de oro entre nubes tormentosas, con una princesa cautiva que escapara sobre sus lomos, o contemplar a un grupo de caballeros con plumajes y lanzas, que embozados en capas rondaran la muralla.
El río pasa casi sin agua por entre peñascos, bañando de frescura unos árboles desmirriados, que dan sombra a una evocadora ermita románica, relicario de un sepulcro blanco con un obispo frío rezando eternamente, oculto entre sombras... En las colinas doradas que cercan la ciudad la calma solar es enorme, y sin árboles que den sombra tiene allí la luz un acorde magnífico de monotonía roja... Ávila es la ciudad más castellana y más augusta de toda la meseta colosal... Nunca se siente un ruido fuerte, únicamente el aire pone en sus encrucijadas modulaciones violentas las noches de invierno... Sus calles son estrechas y la mayoría llenas de un frío nevado. Las casas son negras con escudos llenos de orín, y las puertas tienen dovelas inmensas y clavos dorados... En los monumentos una gran sencillez arquitectónica. Columnas serias y macizas, medallones ingenuos, puertas calladas y achatadas y capiteles con cabezas toscas y pelícanos besándose. Luego en todos los sitios una cruz con los brazos rotos y caballeros antiguos enterrados en las paredes y en los dulces y húmedos claustros... ¡Una sombra de muerta grandeza por todas partes!... En algunas oscuras plazuelas revive el espíritu antiquísimo, y al penetrar en ellas se siente uno bañado en el siglo XV. Estas plazas las forman dos o tres casonas con tejados de flores amarillas y únicamente un gran balcón. Las puertas cerradas o llenas de sombra, un santo sin brazos en una hornacina, y al fondo la luz de los campos que penetra por una encrucijada miedosa o por alguna puerta de la muralla. En el centro una cruz desquiciada sobre un pedestal en ruinas y unos niños andrajosos que no desentonan con el conjunto. Todo esto bajo un cielo grisáceo y un silencio en que el agua del río suena a chocar constante de espadas.
II
La Catedral, formidable en su negrura sangrienta, cuya cabeza epopéyica tiene por cerebro al Tostado, dejó escapar la miel de sus torres y las campanas lo llenaron todo de religiosidad ideal... El interior del templo es abrumador por su sombra pasada incrustada en sus paredes y por su oscuridad tranquila, que invita a la meditación de lo supremo.
El alma que crea y esté llena de fe celestial, que sueñe en esta Catedral que levantaron aquellos reyes de hierro de una edad guerrera. El alma que vea la grandeza de Jesús que se suma en estas sombras húmedas con ojos de cirios para sentir consuelo espiritual... Así, en un rincón escuchando al mago órgano y oyendo el tintineo grave de una campanilla, podrá pensar sin ser visto y gozar de una dulzura que únicamente encuentra allí. Eso es adoración a Dios, pero nunca entre luces, trompetas y ante una estatua de colorines colocada irrisoriamente sobre un promontorio de flores de trapo... Esta Catedral hace pensar aunque el alma que pasee sus galerías esté desposeída de la luz de la fe..... Esta Catedral es un pensamiento de más allá en medio de una interrogación al pasado... El incienso y la cera forman un aire marmóreo y místico que da consuelo a los sentidos... En algunos rincones hay sepulcros olvidados con estatuas mutiladas y cuadros que son una mancha indefinida por la que asoma algunas veces una cara espantada o una pierna desnuda, como un enigma. Muchos ventanales rasgados, están cerrados a la luz y sus dibujos se recortan sobre el muro. Las lámparas de plata muestran su alma amarillenta sobre las sombras santas, y un gran crucifijo que se levanta en el crucero pone una nota de sacra albura sobre la luz cenicienta del ábside... Unas viejas con largos y gruesos rosarios suspiran y silabean tristonas junto a las pilas de agua bendita y una mujerzuca reza llorosa a una virgen que tiene un corazón de plata sobre su pecho y una fauna absurda en sus pies. Se oyen algunos pasos lejanos y después una soledad de sonidos tan angustiante, que llena de amargura dulcísima el corazón... Al salir de la Catedral, el retablo de la portada está lleno de sol de la tarde, que hace de oro a los calados y a los santos apóstoles que en él se hallan, y dos monstruos cubiertos de escamas y con caras humanas, recuerdan al que pasa el antiguo y generoso derecho de asilo... Por calles llenas de quietud y oro de crepúsculo, se desemboca en una plaza que posee una iglesia dorada que la tarde hace un inmenso topacio... Y desde un muro viejo se contemplan a los campos solitarios bajo el preludio de la noche. En el fondo y sobre las colinas, hay una lumbrada de color rojo, y encima de los campos un polen amarillento y suave. La ciudad se tiñe de color anaranjado y las campanas dicen todas el ángelus con un aire pausado y ensoñador... Poco a poco la noche va llegando, unos pinos se mecen airosos en la umbría y las cigüeñas de las murallas vuelan sobre una espadaña... Pronto el oro será plata con la luna.
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Fue una noche fría cuando llegué. En el cielo había pocas estrellas y el viento glosaba lentamente la melodía infinita de la noche... Nadie debe de hablar ni de pisar fuerte para no ahuyentar al espíritu de la sublime Teresa... Todos deben sentirse débiles en esta ciudad de formidable fuerza...
Cuando se penetra por su evocadora muralla se debe ser religioso, hay que vivir el ambiente que se respira.
Estas almenas solitarias, coronadas de nidos de cigüeñas, son como realidad de un cuento infantil. De un momento a otro espérase oír un cuerno fantástico y ver sobre la ciudad un pegaso de oro entre nubes tormentosas, con una princesa cautiva que escapara sobre sus lomos, o contemplar a un grupo de caballeros con plumajes y lanzas, que embozados en capas rondaran la muralla.
El río pasa casi sin agua por entre peñascos, bañando de frescura unos árboles desmirriados, que dan sombra a una evocadora ermita románica, relicario de un sepulcro blanco con un obispo frío rezando eternamente, oculto entre sombras... En las colinas doradas que cercan la ciudad la calma solar es enorme, y sin árboles que den sombra tiene allí la luz un acorde magnífico de monotonía roja... Ávila es la ciudad más castellana y más augusta de toda la meseta colosal... Nunca se siente un ruido fuerte, únicamente el aire pone en sus encrucijadas modulaciones violentas las noches de invierno... Sus calles son estrechas y la mayoría llenas de un frío nevado. Las casas son negras con escudos llenos de orín, y las puertas tienen dovelas inmensas y clavos dorados... En los monumentos una gran sencillez arquitectónica. Columnas serias y macizas, medallones ingenuos, puertas calladas y achatadas y capiteles con cabezas toscas y pelícanos besándose. Luego en todos los sitios una cruz con los brazos rotos y caballeros antiguos enterrados en las paredes y en los dulces y húmedos claustros... ¡Una sombra de muerta grandeza por todas partes!... En algunas oscuras plazuelas revive el espíritu antiquísimo, y al penetrar en ellas se siente uno bañado en el siglo XV. Estas plazas las forman dos o tres casonas con tejados de flores amarillas y únicamente un gran balcón. Las puertas cerradas o llenas de sombra, un santo sin brazos en una hornacina, y al fondo la luz de los campos que penetra por una encrucijada miedosa o por alguna puerta de la muralla. En el centro una cruz desquiciada sobre un pedestal en ruinas y unos niños andrajosos que no desentonan con el conjunto. Todo esto bajo un cielo grisáceo y un silencio en que el agua del río suena a chocar constante de espadas.
II
La Catedral, formidable en su negrura sangrienta, cuya cabeza epopéyica tiene por cerebro al Tostado, dejó escapar la miel de sus torres y las campanas lo llenaron todo de religiosidad ideal... El interior del templo es abrumador por su sombra pasada incrustada en sus paredes y por su oscuridad tranquila, que invita a la meditación de lo supremo.
El alma que crea y esté llena de fe celestial, que sueñe en esta Catedral que levantaron aquellos reyes de hierro de una edad guerrera. El alma que vea la grandeza de Jesús que se suma en estas sombras húmedas con ojos de cirios para sentir consuelo espiritual... Así, en un rincón escuchando al mago órgano y oyendo el tintineo grave de una campanilla, podrá pensar sin ser visto y gozar de una dulzura que únicamente encuentra allí. Eso es adoración a Dios, pero nunca entre luces, trompetas y ante una estatua de colorines colocada irrisoriamente sobre un promontorio de flores de trapo... Esta Catedral hace pensar aunque el alma que pasee sus galerías esté desposeída de la luz de la fe..... Esta Catedral es un pensamiento de más allá en medio de una interrogación al pasado... El incienso y la cera forman un aire marmóreo y místico que da consuelo a los sentidos... En algunos rincones hay sepulcros olvidados con estatuas mutiladas y cuadros que son una mancha indefinida por la que asoma algunas veces una cara espantada o una pierna desnuda, como un enigma. Muchos ventanales rasgados, están cerrados a la luz y sus dibujos se recortan sobre el muro. Las lámparas de plata muestran su alma amarillenta sobre las sombras santas, y un gran crucifijo que se levanta en el crucero pone una nota de sacra albura sobre la luz cenicienta del ábside... Unas viejas con largos y gruesos rosarios suspiran y silabean tristonas junto a las pilas de agua bendita y una mujerzuca reza llorosa a una virgen que tiene un corazón de plata sobre su pecho y una fauna absurda en sus pies. Se oyen algunos pasos lejanos y después una soledad de sonidos tan angustiante, que llena de amargura dulcísima el corazón... Al salir de la Catedral, el retablo de la portada está lleno de sol de la tarde, que hace de oro a los calados y a los santos apóstoles que en él se hallan, y dos monstruos cubiertos de escamas y con caras humanas, recuerdan al que pasa el antiguo y generoso derecho de asilo... Por calles llenas de quietud y oro de crepúsculo, se desemboca en una plaza que posee una iglesia dorada que la tarde hace un inmenso topacio... Y desde un muro viejo se contemplan a los campos solitarios bajo el preludio de la noche. En el fondo y sobre las colinas, hay una lumbrada de color rojo, y encima de los campos un polen amarillento y suave. La ciudad se tiñe de color anaranjado y las campanas dicen todas el ángelus con un aire pausado y ensoñador... Poco a poco la noche va llegando, unos pinos se mecen airosos en la umbría y las cigüeñas de las murallas vuelan sobre una espadaña... Pronto el oro será plata con la luna.
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