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NARROS DEL CASTILLO: JUSTICIAS DEL REY DON PEDRO...

JUSTICIAS DEL REY DON PEDRO

I

Cuando su luz y su sombra
mezclan la noche y la tarde,
y los objetos se sumen
en la sombra impenetrable,
en un postigo excusado,
que a una callejuela sale
de una casa, cuya puerta
principal da a la otra calle,
dos hombres que se despiden
se ven, aunque no se sabe¬
n ¡cuál de los dos se queda
ni cuál de los dos se parte.
Ambos mirándose atentos,
ambos un pie hacia adelante,
parados en el dintel
están, y entrambos iguales.
Por fin el más viejo de ellos,
hundiendo el mustio semblante
entre el sombrero y la capa,
en ademán de marcharse,
torció la cabeza a un lado,
pronunciando un no tan grave,
que bien se vio que era el fin
de las pláticas de enantes.
Sin duda el otro entendido,
no encontró qué replicarle,
pues bajando la cabeza,
callóse por un instante.
-Buenas noches -dijo el viejo-.
Tartamudeó un "Dios le guarde"
el otro; mas, decidiéndose,
hizo hacia el viejo un avance.¬
-"Mírelo bien, y cuidado
no se arrepienta, compadre.
-Nunca eché más de una cuenta.
-Piénselo bien, y no pase
sin contar lo que va de él
a don Juan de Colmenares.
-Señor -replicó el anciano-,
en tiempos tan deplorables,
yo sé que lo pueden todo
los ricos y los audaces.
-Pues mire lo que le importa;
que rica y audaz señales
son con que marca la fama
a los que en mi casa nacen.
Callaron por un momento,
y continuando mirándose
dijo el viejo tristemente,
aunque en tono irrevocable:
-Nunca lo esperé de vos;
mas tampoco vos ni nadie
puede esperar más de mí.
-Pues, entonces, adelante
idos, buen viejo, con Dios,
qué estoy de prisa y es tarde."
Cerró la puerta de golpe,
a escuchar sin esperarse
una respuesta que el viejo
tuvo tentación de darle;
y acaso por su fortuna
quedó a tal punto en la calle
para dársela a la puerta,
donde la deshizo el aire.
Volvió el anciano la espalda,
y en dos golpes desiguales,
sus pasos descompasados
pueden de lejos contarse;
porque sus pies impedidos,
deben a su edad y achaques
una muleta que marcha
un pie que los suyos antes.
La esquina a espacio traspuso,
y a poco otro hombre más ágil,
saliendo por el postigo,
siguió en silencio su alcance.
Túvose al 'volver la esquina;
tendió sus ojos sagaces,
y enderezó los oídos
atento por todas partes;
mas, no oyendo ni escuchando
de qué poder recelarse,
tomando el rastro del viejo,
echó por la misma calle.