III
Son treinta días después,
y en mismo lugar y hora,
la misma vieja y los chicos
con mesa, mancebo y moza.
Cada cual en su tarea
sigue en paz, aunque se nota
que todos tienen los ojos
del mancebo en la faz torva.
Él, sin embargo, en silencio
prosigue atento su obra,
sin levantar la cabeza,
que sobre el pecho se apoya.
Tan doblada la mantiene,
que apenas la llama roja
que da la luz, alumbrarle
las cejas fruncidas logra;
y alguna vez que el reflejo
las negras pupilas toca,
tan viva luz reverberan,
que chispas parecen brotan.
La verdad es, que una lágrima
que a sus -párpados asoma,
viene anunciando un torrente
en que el corazón se ahoga.
Y el mozo, por no aumentar
de los suyos la congoja,
a duras penas le tiene
dentro el pecho y le sofoca.
Largo rato así estuvieron
en atención afanosa,
todos mirando al mancebo,
y éste mirando a sus hormas;
hasta que al cabo Teresa,
más sentida o más curiosa,
le dijo: - ¿Estás malo, Blas?
Y a su vez limpia y sonora
siguió otro largo intervalo
de larga atención dudosa.
Nada el hermano responde,
mas ella su afán redobla,
que no hay temor que la tenga,
la valla de una vez rota.
- ¿Cómo estás tan cabizbajo?...
Y aquí Blas interrumpióla.
- ¿Y qué tengo que decir
a quien sin padre y sin honra
debe vivir para siempre?
Y aquí la familia toda
rompió en ahogados sollozos
a tan infausta memoria.
Sosegóse, y siguió Blas
en voz lamentable y honda
-Él rico, y nosotros pobres;
débil la justicia, y poca,
y el Rey en caza y en guerra,
¿qué puede alcanzar quien llora?
-Qué, ¿por libre se atrevieron?...
-Poco menos, pues sus doblas
pudieron más con los jueces
que las leyes.
- ¡Las ignoran!
dijo indignada Teresa.
- ¡No, hermana; las acogotan!
contestó Blas, sacudiendo
su mazo con ciega cólera.
Siguió en silencio otro espacio,
y otra vez Teresa torna:
-Mas la sentencia, ¿cuál fue? -
dijo, y calló vergonzosa.
- ¿La sentencia? -gritó Blas
revolviendo por las órbitas
los negros y ardientes ojos-.
¿La sentencia pides?, óyela.
Todos se echaron de golpe
sobre la mesilla coja,
que vaciló al recibirles,
a oír lo que tanto importa.
-Sabéis que el de Colmenares
hoy pingüe prebenda goza
en la iglesia, y que a Dios gracias
y a mi diligencia propia,
se le probó que dio muerte
a padre (que en paz reposa).
Pues bien: no sé por qué diablos
de maldita jerigonza
de conspiración que dicen
que con su muerte malogra,
dieron por bien muerto a padre,
y al clérigo...
- ¿Le perdonan?
-No, ¡vive Dios! le condenan.
¡Mas ved qué dogal le ahoga!
Condénanle a que en un año
no asista a coro, mas cobra
su renta; es decir, le mandan
que no trabaje, y que coma.
Tornó a su silencio Blas,
y a sus sollozos la moza,
ella cosiendo sus cintas,
y él machacando sus hormas.
Son treinta días después,
y en mismo lugar y hora,
la misma vieja y los chicos
con mesa, mancebo y moza.
Cada cual en su tarea
sigue en paz, aunque se nota
que todos tienen los ojos
del mancebo en la faz torva.
Él, sin embargo, en silencio
prosigue atento su obra,
sin levantar la cabeza,
que sobre el pecho se apoya.
Tan doblada la mantiene,
que apenas la llama roja
que da la luz, alumbrarle
las cejas fruncidas logra;
y alguna vez que el reflejo
las negras pupilas toca,
tan viva luz reverberan,
que chispas parecen brotan.
La verdad es, que una lágrima
que a sus -párpados asoma,
viene anunciando un torrente
en que el corazón se ahoga.
Y el mozo, por no aumentar
de los suyos la congoja,
a duras penas le tiene
dentro el pecho y le sofoca.
Largo rato así estuvieron
en atención afanosa,
todos mirando al mancebo,
y éste mirando a sus hormas;
hasta que al cabo Teresa,
más sentida o más curiosa,
le dijo: - ¿Estás malo, Blas?
Y a su vez limpia y sonora
siguió otro largo intervalo
de larga atención dudosa.
Nada el hermano responde,
mas ella su afán redobla,
que no hay temor que la tenga,
la valla de una vez rota.
- ¿Cómo estás tan cabizbajo?...
Y aquí Blas interrumpióla.
- ¿Y qué tengo que decir
a quien sin padre y sin honra
debe vivir para siempre?
Y aquí la familia toda
rompió en ahogados sollozos
a tan infausta memoria.
Sosegóse, y siguió Blas
en voz lamentable y honda
-Él rico, y nosotros pobres;
débil la justicia, y poca,
y el Rey en caza y en guerra,
¿qué puede alcanzar quien llora?
-Qué, ¿por libre se atrevieron?...
-Poco menos, pues sus doblas
pudieron más con los jueces
que las leyes.
- ¡Las ignoran!
dijo indignada Teresa.
- ¡No, hermana; las acogotan!
contestó Blas, sacudiendo
su mazo con ciega cólera.
Siguió en silencio otro espacio,
y otra vez Teresa torna:
-Mas la sentencia, ¿cuál fue? -
dijo, y calló vergonzosa.
- ¿La sentencia? -gritó Blas
revolviendo por las órbitas
los negros y ardientes ojos-.
¿La sentencia pides?, óyela.
Todos se echaron de golpe
sobre la mesilla coja,
que vaciló al recibirles,
a oír lo que tanto importa.
-Sabéis que el de Colmenares
hoy pingüe prebenda goza
en la iglesia, y que a Dios gracias
y a mi diligencia propia,
se le probó que dio muerte
a padre (que en paz reposa).
Pues bien: no sé por qué diablos
de maldita jerigonza
de conspiración que dicen
que con su muerte malogra,
dieron por bien muerto a padre,
y al clérigo...
- ¿Le perdonan?
-No, ¡vive Dios! le condenan.
¡Mas ved qué dogal le ahoga!
Condénanle a que en un año
no asista a coro, mas cobra
su renta; es decir, le mandan
que no trabaje, y que coma.
Tornó a su silencio Blas,
y a sus sollozos la moza,
ella cosiendo sus cintas,
y él machacando sus hormas.