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NARROS DEL CASTILLO: IV...

IV

Está la mañana limpia,
azul, transparente, clara,
y el sol de entre nubes rojas
espléndida luz derrama.
Toda es tumulto Sevilla,
músicas, vivas y danzas;
todo movimiento el suelo,
toda murmullos el aura.
Cruzan literas y payes,
monjes, caballeros, guardias,
vendedores, alguaciles,
penachos, pendones, mangas.
Flota el damasco y las plumas
en balcones y ventanas,
y atraviesan besamanos
donde no caben palabras.
Descórrense celosías,
tapices visten las tapias,
los abanicos ondulan
y los velos se levantan.
Cuantas hermosas encierra
Sevilla a su gloria saca,
cuantos buenos caballeros
en sus fortalezas guarda,
ellos porque son galanes,
y ellas porque son bizarras;
las unas porque la adornen,
los otros para admirarlas.
Óyense al lejos clarines,
y chirimías y cajas,
y a lengua suelta repican
esquilones y campanas.
Mas no vienen los hidalgos
armados hasta las barbas,
ni el pálido rostro asoman
las bellas amedrentadas;
que no doblan los tambores
en son agudo de alarma,
ni las campanas repican
a rebato arrebatadas;
que es la procesión del Corpus.
que ya traspone las gradas
del atrio, y el Rey don Pedro
acompañándola baja.
Padillas y Coroneles
y Albuquerques se adelantan,
con Osorios y Guzmanes,
pompa ostentando sobrada.
Y bajo un palio don Pedro,
de ocho punzones de plata,
descubierta la cabeza
y armado hasta el cuello, marcha.
En torno suyo el cabildo
diez individuos encarga
que de escuderos le sirvan
en comisión poco santa;
mas tiempos son tan ambiguos
los que estos monjes alcanzan,
que tanto arrastran ropones
como broqueles embrazan.
Entre ellos se ve a don Juan
de Colmenares y Vargas,
que deja por vez primera
la reclusión de su casa,
no porque el año ha cumplido,
sino porque el año paga,
y doblas redimen culpas
si se confiesan doradas.
Rosas deshojan sobre ellos
las hermosísimas damas,
y toda es flores la calle
por donde la corte pasa.
Envidia de las más bellas,
salió a un balcón del alcázar
la hermosísima Padilla,
origen de culpas tantas.
Hízola venia don Pedro,
y al responderle la dama,
soltó sin querer un guante,
y ojalá no le soltara.
Lanzóse a tomar la prenda
muchedumbre cortesana
muchos llegaron a un tiempo,
mas nadie tomar osaba,
que fuera acción peligrosa,
aparte de lo profana.
Partiendo la diferencia,
salió de la fila santa
el bizarro Colmenares
con intención de tomarla.
Mas no bien dejó su mano
del palio al punzón de plata,
y puso desde él al rey
cuatro pasos de distancia,
cuando un mancebo iracundo,
con irresistible audacia,
se echó sobre él, y en el pecho
le asentó dos puñaladas.
Cayó don Juan; quedó el mozo
sereno en pie entre los guardias,
que le asieron, y don Pedro
se halló con él cara a cara.
La procesión se deshizo;
volvió gigante la fama
el caso de boca en boca,
y ya prodigios contaban.
Juntáronse los soldados
recelando una asonada;
cercaron al Rey algunos
y llenó al punto la plaza
la multitud, codiciosa
de ver la lucha empezada
entre el sacrílego mozo
y el sanguinario monarca.
Duró un instante el silencio,
mientras el Rey devoraba
con sus ojos de serpiente
los ojos del que le ultraja.
- ¿Quién eres? - dijo, por fin,
dando en tierra una patada.
-Blas Pérez - contestó el mozo
con voz decidida y clara.
Pálido el rey de coraje,
asióle por la garganta,
y así en voz ronca le dijo,
que la cólera le ahogaba
" ¿Y yendo tu rey aquí,
¡voto a Dios!, por qué no hablaste,
si con la ocasión te hallaste
para obrar con él así?"
Soltóse Blas de la mano
con que el rey le sujetaba,
y, señalando al difunto,
repuso tras breve pausa:
-Mató a mi padre, señor;
y el tribunal, por su oro,
privóle un año del coro,
que en vez de pena es favor.
-Y si vende el tribunal
la justicia encomendada,
¿no es mi- justicia abonada
para quien justicia mal?
Cuando el miedo o la malicia
(dijo Blas) tuercen la ley,
nadie se fía en el rey,
medido por su justicia.
Calló Blas, y calló el rey
a respuesta tan osada
y los ojos de don Pedro
bajo las cejas chispeaban.
Tendiólos por todas partes,
y al fuego de sus miradas,
de aquéllos en quien las puso
palidecieron las caras.
Temblaron los más audaces,
y el pueblo ansioso esperaba
una explosión de don Pedro
más recia que sus palabras.
Rompió el silencio. por fin,
y en voz amistosa y blanda,
el interrumpido diálogo
así con el mozo entabla:
- ¿Qué es tu oficio?
-Zapatero.
-No han de decir ¡vive Dios!
que a ninguno de los dos
en mi sentencia prefiero.
Y encarándose don Pedro
con los jueces que allí estaban,
dando un bolsillo a Blas Pérez,
dijo en voz resuelta y alta:
"Pesando ambos desacatos,
si con no rezar cumple él
en un año, cumples fiel
no haciendo en otro zapatos."
Tornóse don Pedro al punto,
y brotó la turba osada
murmullos de la nobleza
y aplausos de la canalla.
Mas viendo el rey que la fiesta
mucho en ordenarse tarda,
echando mano al estoque,
dijo así, ronco de rabia:
" ¡La procesión adelante,
o meto cuarenta lanzas
y acaban ¡voto a los cielos!
los salmos a cuchilladas P'.
Y como consta a la Iglesia
que es hombre el rey de palabra,
siguieron calle adelante
palio, pendones y mangas.