NARROS DEL CASTILLO: ¡QUE LEJANA VEÍA TU CASA!...

¡QUE LEJANA VEÍA TU CASA!

¡Que lejana veía tu casa,
mi dulce Maestro!

Qué difícil y abrupto el camino,
qué estrecho el sendero.
Y cuanta hojarasca
-remolinos locos de mis pensamientos-
llevaban mis pasos por otro camino
más fácil, ¡más lejos!

Pero yo sabía que en alguna parte
me esperaban siempre.
¡Ay Maestro bueno!
No puedo explicarme por qué esa paciencia
tuviste conmigo, ni cómo, ni cuando, ni qué fuerza hubo
que le colocara ante tu sendero.
Ante tu mirada sonriente y dulce.
¡Mi amado Maestro!

Deja que te diga lo que a todas horas
te he estado diciendo,
sin darme yo cuenta de que lo decía
con toda la fuerza de mis sentimientos.

Deja que repita lo que a cada instante
latía en mi alma,
lo que por minutos he estado viviendo.
Lo que, pese a todo, salía por encima
de las desviaciones de mis pensamientos.

Deja que lo diga, ¡que lo diga siempre!:
Jesús...., yo te quiero.

Ana María Estevan Echevarria-