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NARROS DEL CASTILLO: Tenga el valor de ser, no sólo el Presidente de todos...

Tenga el valor de ser, no sólo el Presidente de todos los españoles, sino el hombre que puso el bien común en el punto de mira de su gobierno. España lo necesita y los españoles de buena voluntad, -y así lo son en su casi totalidad-, se lo agradecerán por generaciones

Antonio Torres

Actualizado 9 diciembre 2011

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Desde la aprobación de la primera Ley del aborto de 1985 y con independencia de cuál fuera el partido en el gobierno, PSOE o PP, España ha venido sufriendo en los últimos 26 años una auténtica debacle demográfica y una profunda fisura en el patrimonio moral que todo pueblo precisa para sostenerse como nación, ya no digamos en tiempos de vacas flacas.

Podemos aducir que lo mismo sucede en el conjunto de naciones que conforman la Europa del euro y en todo el ámbito de cultura o influencia occidental; pero eso no arregla nada y aún lo empeora, porque sorprende la ingenuidad de nuestros vecinos poniendo exclusivamente en la cuestión económica la solución de unos problemas que sólo en la superficie son realmente de cariz económico, por graves que parezcan y de hecho lo son en este momento.

El problema del mundo occidental, el problema de Europa, el problema de España, es un problema netamente moral cuyo paroxismo se alcanzó el día que se legalizó por primera vez el aborto en los EEUU, como parte fundamental de esa letal y universal estrategia concebida para el control de una población mundial que supuestamente amenazaba y amenaza determinados intereses económicos.

El problema de España, Sr. Rajoy, terminará siéndolo también usted si al igual que sus antecesores en el cargo, ya sea de forma proactiva o por omisión, se abstiene de hacer cuanto esté en su mano por revertir la peligrosa deriva relativista a la que asistimos desde hace años en todo el mundo y, de forma muy especial y virulenta, en la misma España, y de la que en este crucial aspecto han sido responsables por igual los gobiernos del PSOE y del PP, los unos legislando sin que les temblara el pulso y los otros manteniendo el desaguisado, aunque algunos manifiesten ahora en privado, -ya sin cargos de responsabilidad política o fuera de la política-, cómo les tiembla el pulso de sus conciencias.

Sr. Rajoy, no tenga miedo en abordar la decisiva cuestión de la educación, donde urge una profunda y valiente revolución educativa en todos los órdenes; ni la espinosa cuestión del inalienable derecho a la vida desde el mismo instante de la concepción hasta su fin natural; ni la cuestión de la familia, a las que es preciso apoyar con todos los medios posibles; y, tan importante como las tres anteriores, la decisiva cuestión del apoyo incondicional a una maternidad tantos años desasistida como abandonada a las presiones de propios y extraños.

Sr. Rajoy, no tenga miedo de afrontar los cuatro pilares que constituyen la esencia del bien común que debe estar en el punto de mira de todo buen gobernante que se precie, aunque los vientos de la historia parezcan soplar en sentido contrario, arrasando a su paso millones de vidas y sembrando la mediocridad y el miedo en el corazón y las cabezas de los hombres de nuestra época, de una forma tan radical e irracional que no tiene parangón en la historia de la humanidad.

El problema económico, Sr. Rajoy, tan importante para todo y en todos los casos, razón fundamental que le ha llevado al poder, no es sino la costra y consecuencia de algo que late en el sentir profundo de los españoles, a los que la dramática ausencia de valores, claridades y certezas, nos ha llevado a buscar en lo material - endeudándonos por encima de nuestras reales posibilidades económicas- una vía de ilusorio escape al vacío nihilista y hedonista en que chapoteamos desde hace tantos años.

La avaricia de los dueños del dinero, la cortedad de miras y tibieza de nuestros gobernantes y, producto de lo anterior, la mediocridad que reina en todas partes, hacen que el problema de raíz sea un problema educativo, y toda política que no parta de la clara conciencia de esa perniciosa situación, se dará de bruces con el muro insoslayable de la realidad.

Una educación que ponga en el lugar que le corresponde, el derecho inalienable a la vida desde el momento de la concepción hasta su fin natural; una educación capaz de generar el consenso social ¨justo y necesario¨ para que el absoluto que es el respeto a la vida recupere, en la conciencia y en el corazón de los ciudadanos, el reinado del que jamás debió ser destronado.

Una educación que, en todo caso, proporcione a las madres embarazadas las ayudas necesarias para que puedan llevar a buen término sus embarazos sin que se vean impelidas a abortar, presionadas por razones de índole económica, familiar, laboral, etc, como viene sucediendo desde hace muchos años sin que ningún gobernante, de izquierdas ni derechas, haya contribuido a abrir los ojos de la sociedad española ante una realidad tan injusta como alejada del bien común.

Una educación que reconozca en la familia todos sus aspectos positivos, como poderoso instrumento para la transmisión de valores y solidaria estructura que anime y apoye a sus miembros para recuperar el tiempo perdido y el trabajo que nunca han tenido.

Una educación que ponga el acento en el sentido de orgullo y pertenencia a una gran nación como España, tan plural como se quiera pero solidaria, leal a los principios que la definen y, más necesario que nunca, con estimulante y profunda vocación de futuro; donde las máximas Instituciones del Estado, los Tribunales de Justicia y los gobernantes, vuelvan a ser respetables y respetados.

Cómo hacerlo, Sr. Rajoy, dependerá de su valor y el de los Ministros que tenga el acierto de nombrar, pero no olviden nunca la lección majestuosa de la historia y el secreto de las naciones que se mantuvieron prósperas y con futuro: la educación en valores superiores e inalienables de sus ciudadanos y la aplicación rigurosa de esa gran maestra de los pueblos de la tierra que es la Ley escrita por los hombres.

En sus manos ha sido puesto el poder de legislar con sus diputados, de administrar y, por ende, de generar durante su mandato la revolución educativa que la sociedad española precisa con tanta urgencia, hastiada del vacío moral reinante y falacias antropológicas al uso, todas ellas obsoletas y puestas en la picota de la historia por su esterilidad y nefastos resultados; en sus manos y la de sus ministros, queda la hermosa y gran labor de pilotar la revolución educativa que España precisa y los europeos le agradecerán en las próximas décadas.

Sr. Rajoy, no se limite usted ni gaste todas sus energías y la de sus Ministros en el intento de resolver el problema económico, para lo que además no dispone sino de un escasísimo margen de maniobra; no incurra como Presidente en el actual error de sus homólogos europeos y occidentales, incapaces como se muestran de devolver a las naciones que gobiernan y cultura su razón de ser, estrechando todavía y cada día más las posibilidades de recuperación del liderazgo perdido, a fuerza de esa ceguera que les impide echar una mirada comprensiva e inteligente a esos valores absolutos tan precisos y preciosos para la felicidad del hombre y la sólida prosperidad de los pueblos de la tierra.

Desde que el hombre es hombre, nada se ha construido con posibilidades de futuro cuando se han banalizado y puesto en duda absolutos como la vida, la maternidad, la familia y la educación en valores superiores del género humano, dando en todos los casos paso a la mediocridad y la decadencia.

Las naciones aparecen y desaparecen; la economía tiene sus ciclos; los gobiernos y los gobernantes son, en la inmensa mayoría de los casos, como paja que se lleva el viento. Atrévase usted Sr. Rajoy a gobernar poniendo el acento en las cosas que de verdad importan y contribuyen de manera esencial a la riqueza de las naciones en todos sus órdenes.

Atrévase a nombrar los Ministros adecuados y capaces de llevar adelante en España, esa revolución educativa sin la cual seremos incapaces de salir del marasmo moral y de diversa índole a que nos han conducido los errores del pasado. Tenga el valor de ser, no sólo el Presidente de todos los españoles, sino el hombre que puso el bien común en el punto de mira de su gobierno. España lo necesita y los españoles de buena voluntad, -y así lo son en su casi totalidad-, se lo agradecerán por generaciones.

No es la economía Sr. Rajoy y, además, usted lo sabe; aunque parte de los buenos profesionales y mejores personas que le rodean, dudo que en relación con este asunto tengan la menor idea.

Muchas gracias y mis mejores deseos Sr. Presidente,

Antonio Torres