Oración de Fin de Año de un joven y un Anciano
El anciano dijo al terminar el año, un día como hoy en la Iglesia:
Gracias, Padre, por haberme quitado todo lo que me sobraba para caminar hacia Ti.
Gracias por aquel enemigo que me hizo tanto mal, porque por él aprendí a perdonar.
Gracias por las enfermedades que me hicieron paciente,
Fuerte y humilde al reconocer mis límites, cualidades, defectos y virtudes.
Gracias por los errores que me hicieron enriquecer mi experiencia.
Gracias por las piedras del camino que me hicieron dar un paso más largo.
Gracias por las decepciones que me hicieron no descansar hasta encontrarte.
Gracias por mis planes frustrados que me llevaron al descubrimiento del proyecto de vida que tenías para mí.
Gracias por el dolor y el sufrimiento que me purificaron, me dieron temple y me enseñaron para siempre que la felicidad no consiste en no sufrir, sino en aprender a hacerlo por aquellos que amamos.
Gracias por las quiebras y los despojos, por las pérdidas y las carencias, pues éstas me hicieron libre para anhelar los bienes mayores que perduran...”
Y el joven rezó así:
Padre, todos te piden salud, dinero, triunfo, fama... Tantos te lo piden...
Yo quiero pedirte lo siguiente: Dame una cumbre que yo pueda ascender, con mi esfuerzo, trabajo y tu ayuda.
Dame la capacidad de perdonar y saber pedir perdón a quienes haya ofendido.
Yo sé, Señor, que nadie te pide tu cruz. Esa la tienes que llevar Tú solo, aquí están mis brazos y mis hombros para que descanses un poco de su peso.
Dame en el próximo año y en lo sucesivo la alegría de recibir lo que me concedas y poder compartirlo entre los más necesitados”.
Estas fueron dos oraciones extrañas: la gratitud del anciano y la petición del joven. Uno agradeció lo ya vivido; el otro suplicó para el futuro. Ambos dijeron lo que muchos de nosotros callamos al hablar con Dios nuestro Padre.
El anciano dijo al terminar el año, un día como hoy en la Iglesia:
Gracias, Padre, por haberme quitado todo lo que me sobraba para caminar hacia Ti.
Gracias por aquel enemigo que me hizo tanto mal, porque por él aprendí a perdonar.
Gracias por las enfermedades que me hicieron paciente,
Fuerte y humilde al reconocer mis límites, cualidades, defectos y virtudes.
Gracias por los errores que me hicieron enriquecer mi experiencia.
Gracias por las piedras del camino que me hicieron dar un paso más largo.
Gracias por las decepciones que me hicieron no descansar hasta encontrarte.
Gracias por mis planes frustrados que me llevaron al descubrimiento del proyecto de vida que tenías para mí.
Gracias por el dolor y el sufrimiento que me purificaron, me dieron temple y me enseñaron para siempre que la felicidad no consiste en no sufrir, sino en aprender a hacerlo por aquellos que amamos.
Gracias por las quiebras y los despojos, por las pérdidas y las carencias, pues éstas me hicieron libre para anhelar los bienes mayores que perduran...”
Y el joven rezó así:
Padre, todos te piden salud, dinero, triunfo, fama... Tantos te lo piden...
Yo quiero pedirte lo siguiente: Dame una cumbre que yo pueda ascender, con mi esfuerzo, trabajo y tu ayuda.
Dame la capacidad de perdonar y saber pedir perdón a quienes haya ofendido.
Yo sé, Señor, que nadie te pide tu cruz. Esa la tienes que llevar Tú solo, aquí están mis brazos y mis hombros para que descanses un poco de su peso.
Dame en el próximo año y en lo sucesivo la alegría de recibir lo que me concedas y poder compartirlo entre los más necesitados”.
Estas fueron dos oraciones extrañas: la gratitud del anciano y la petición del joven. Uno agradeció lo ya vivido; el otro suplicó para el futuro. Ambos dijeron lo que muchos de nosotros callamos al hablar con Dios nuestro Padre.