POYALES DEL HOYO: he conseguido llegar hasta aquí...! HOOOOOLAAAAA!

La hora de las "mentirijillas de azúcar"
ELISA SILIÓ 08/12/2007, EL PAÍS
Los cuentacuentos, en boga durante la Transición, vuelven con fuerza. Su objetivo: lograr un equilibrio entre la dramaturgia y el fomento de la lectura.

Para un cuentacuentos la frustración es máxima cuando al acabar la historia un niño no reclama "otra vez, otra vez". Por eso Federico Martín Nebras se esfuerza en poner orden en la Biblioteca La Central de Madrid: "Normalmente divido a los niños en tres grupos: de cero a tres años, de cuatro a siete y de ocho a doce. Pero esta vez son de todas las edades y tengo que alternar cuentos de mayores y de pequeños". El gorro, las gafas y una barba blanca que tan sólo le recubre el cuello dan a Martín Nebras un aire a Papá Noel. Sentados alrededor, todos le escuchan ensimismados, aunque siempre hay alguno de meses que se levanta y, bamboleándose, se va de excursión. "Acojan a ese niño que el bosque es muy oscuro y peligroso", reclama el relator a un padre con tono temeroso y haciendo temblar las manos. De nuevo el silencio y comienza a narrar sus "mentirijillas de azúcar", que salpica con guiños a la igualdad de la mujer y homenajes a Gloria Fuertes o Fernando Fernán-Gómez, fallecido el día antes.
En el marco del festival Un Madrid de cuento, Martín Nebras no para un momento y termina exhausto: canta, hace repetir frases a los pequeños, dibuja, brinca y abre y cierra formidables desplegables que les dejan con la boca abierta. "Los cuentos los hipnotizan porque les acerca el mundo a los ojos. Es la primera mirada, la de la sorpresa, la del 'no sé qué se guarda', que decía San Juan de la Cruz. Hay que dulcificar sus ojos salvajes, domesticarlos. Uno es un tigre y el otro una tigresa y luchan entre ellos", asegura poético el narrador. Martín Nebras empezó a narrar hace 30 años, "cuando el país nos convocó". "Había que abrir a los niños y a las escuelas a la vida democrática. Y luego fuimos olvidados. No se nos necesita y yo creo que siempre que nace un niño merece unas palabras, pero no las tiene. No hay quién se las dé". Fue en los años ochenta cuando los autores extranjeros -sobre todo de tradición anglosajona y nórdica- llegaron con fuerza y no se han ido. Reconoce que algunos de esos niños crecidos en la Transición y hoy padres reviven ahora su infancia acudiendo con sus hijos a las actuaciones.
"El cuento surge para calmar el miedo, para traer la luz. Por eso en Las mil y una noches las historias se contaban 'para hacer desaparecer las sombras", y León Felipe decía eso de: 'He visto: que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos... Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos... Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...", recita Martín Nebras. Siempre hay que dejar claro que se entra en un mundo imaginario. Por eso se empiezan con un "Érase una vez...". Y todos coinciden en que enganchan los cuentos acumulativos, en los que se repite una historia una y otra vez añadiendo nuevos detalles. Lo escatológico -de lo que no es bueno abusar- causa furor, y los temas son recurrentes. Se habla de la casa, del clima, el vestuario, la muerte, la vida... "Para ellos la muerte no es un tema tabú. En los cuentos los lobos no paran de comer animales y preguntan de forma natural: ' ¿Qué ha sido de la gallina?".

Como toda historia, un cuento tiene un principio, un nudo y un desenlace, pero metidos en una batidora en la que se mezcla a la vez pasado, presente y futuro. Es lo que Martín Nebras llama "el tiempo jamás".

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