Hola a tod@s,
Habla Ignacio de esos recuerdos que le ayudan a trasladarse al pasado, como en un sueño. Son sueños basados en las páginas del Gran Libro nuestra vida. Y en esta ocasión habla de la Primavera, de las canciones de su juventud que le gustaban y nos pregunta sobre las canciones que nosotr@ recordamos.
Me he puesto a pensar, para poder dar contestación a la pregunta, y de la misma manera que Ignacio nos indica, me he trasladado a mi juventud, como en un sueño. Cierro los ojos y empiezo a recordar, a soñar...
Es por la tarde, casi ha anochecido. Yo estoy en una plazoleta (como llamábamos a las plazas pequeñitas). En concreto estoy en que hace esquina con el Ayuntamiento. Yo estoy con dos amigas, ambas vivían muy cerca de esa pequeña plaza. Estamos cantando "Rosas en el Mar" y el "Lalala" de Masiel. Las repetimos una y otra vez. Primero la canta una, luego las cantamos las tres juntas. Una de mis amigas tiene una gran facilidad para aprender de memoria las letras de las canciones. Mi otra amiga y yo las acabamos aprendiendo de oirla a ella cantar.
Abro los ojos, con las voces cantando de mis amigas aún resonando en mi cabeza. Hace muchos años que no sé nada de estas dos amigas que acabo de recordar. Prácticamente desde que cumplimos 14 años. Lo cierto es que me gustaría saber de ellas, me encantaría comprobar que se encuentran bien, saber como las ha tratado la vida. Porque ya es mucho tiempo, y mucho camino recorrido.
Y así, con los sueños, puedo contestar a la pregunta de Ignacio: "Lalala" y "Rosas en el mar" de Masiel.
También he hecho ejercicios de "memoria" con los cestos de los que habla Fraililla. Claro que me acuerdo de los Moretas. Al principio pensaba que era un mote, un apododo, pero resulta que es un apellido. Lo he averiguado de forma casual, pero sé que en el pueblo había una familia que se apedillaba Moreta. Yo recuerdo a Perico Moreta. Ahora es un recuerdo tan lejano, que más bien se asemeja a una ilusión. Le recuerdo como un hombre delgado, de aspecto saludable y entrañable. Me resultaba muy buena gente. Y es que los niños tienen como un sexto sentido para detectar a las buenas personas (de igual manera detectan la malas vibraciones de la gente no tan buena y desconfían). Aunque más que un sexto sentido, creo que se debe a que los niños ven las cosas con ojos inocentes, sin malicia. Como cuando yo era niña, y sabía que aquel hombre que hacía cestos en el Camino de Madrigal era una buena persona.
También recuerdo el cesto grande de mi madre para subir las uvas al "sobrao". Y nos duraban todo un mes. A partir de septiembre todos los días de merienda tocaban uvas. Pero, mi madre de vez en cuando también nos sorprendía con un poco de chocolate Zahor o con Tulicrem de chocolate o de fresa y vainilla. Qué rico, rico, rico estaba! Era tan golosa de pequeñita que me lo comía sin pan ni nada, a pelo... y mi madre, claro, me reñía: ¡Hija, cómelo con pan, que te alimenta más! Y yo la hacía caso hasta que dejaba de mirarme, y continuaba comiendo el delicioso chocolate sin pan. Lo más curioso, es que ahora no soy nada golosa.
Querida P. Matín. Loa, muchas gracias por tu preocupación. Ya estoy bien de mi "lesión" de cuello. Un fuerte abrazo a tu madre y a toda tu familia de mi parte. Y para todos los demás, un gran abrazo y besotes (y animaros a entrar).
Habla Ignacio de esos recuerdos que le ayudan a trasladarse al pasado, como en un sueño. Son sueños basados en las páginas del Gran Libro nuestra vida. Y en esta ocasión habla de la Primavera, de las canciones de su juventud que le gustaban y nos pregunta sobre las canciones que nosotr@ recordamos.
Me he puesto a pensar, para poder dar contestación a la pregunta, y de la misma manera que Ignacio nos indica, me he trasladado a mi juventud, como en un sueño. Cierro los ojos y empiezo a recordar, a soñar...
Es por la tarde, casi ha anochecido. Yo estoy en una plazoleta (como llamábamos a las plazas pequeñitas). En concreto estoy en que hace esquina con el Ayuntamiento. Yo estoy con dos amigas, ambas vivían muy cerca de esa pequeña plaza. Estamos cantando "Rosas en el Mar" y el "Lalala" de Masiel. Las repetimos una y otra vez. Primero la canta una, luego las cantamos las tres juntas. Una de mis amigas tiene una gran facilidad para aprender de memoria las letras de las canciones. Mi otra amiga y yo las acabamos aprendiendo de oirla a ella cantar.
Abro los ojos, con las voces cantando de mis amigas aún resonando en mi cabeza. Hace muchos años que no sé nada de estas dos amigas que acabo de recordar. Prácticamente desde que cumplimos 14 años. Lo cierto es que me gustaría saber de ellas, me encantaría comprobar que se encuentran bien, saber como las ha tratado la vida. Porque ya es mucho tiempo, y mucho camino recorrido.
Y así, con los sueños, puedo contestar a la pregunta de Ignacio: "Lalala" y "Rosas en el mar" de Masiel.
También he hecho ejercicios de "memoria" con los cestos de los que habla Fraililla. Claro que me acuerdo de los Moretas. Al principio pensaba que era un mote, un apododo, pero resulta que es un apellido. Lo he averiguado de forma casual, pero sé que en el pueblo había una familia que se apedillaba Moreta. Yo recuerdo a Perico Moreta. Ahora es un recuerdo tan lejano, que más bien se asemeja a una ilusión. Le recuerdo como un hombre delgado, de aspecto saludable y entrañable. Me resultaba muy buena gente. Y es que los niños tienen como un sexto sentido para detectar a las buenas personas (de igual manera detectan la malas vibraciones de la gente no tan buena y desconfían). Aunque más que un sexto sentido, creo que se debe a que los niños ven las cosas con ojos inocentes, sin malicia. Como cuando yo era niña, y sabía que aquel hombre que hacía cestos en el Camino de Madrigal era una buena persona.
También recuerdo el cesto grande de mi madre para subir las uvas al "sobrao". Y nos duraban todo un mes. A partir de septiembre todos los días de merienda tocaban uvas. Pero, mi madre de vez en cuando también nos sorprendía con un poco de chocolate Zahor o con Tulicrem de chocolate o de fresa y vainilla. Qué rico, rico, rico estaba! Era tan golosa de pequeñita que me lo comía sin pan ni nada, a pelo... y mi madre, claro, me reñía: ¡Hija, cómelo con pan, que te alimenta más! Y yo la hacía caso hasta que dejaba de mirarme, y continuaba comiendo el delicioso chocolate sin pan. Lo más curioso, es que ahora no soy nada golosa.
Querida P. Matín. Loa, muchas gracias por tu preocupación. Ya estoy bien de mi "lesión" de cuello. Un fuerte abrazo a tu madre y a toda tu familia de mi parte. Y para todos los demás, un gran abrazo y besotes (y animaros a entrar).