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RASUEROS: Hola, gente! Les regalo un cuento de mi autoría, espero...

Hola, gente! Les regalo un cuento de mi autoría, espero que les guste.

Hoy me miré en el espejo. Hace tiempo que no lo hacía. Tan ocupadas tengo las horas del día, siempre trabajando, yendo, viniendo… Miradas fugaces por la mañana cuando me lavo el rostro o para verificar que el cabello esté en orden, sólo una inspección general, sin reparar en los detalles. ¡Los detalles! ¡Crueles detalles!
Mas, esta tarde de domingo, estoy en el patio, entre los cerezos en flor, las dalias aterciopeladas, el aire perfumado de jazmines, de azahares, de rosas, tarde radiante, luminosa y templada. Los pájaros parecían celebrar la fiesta de la primavera y arremolinados entre las semillas que arrojé en el pasto, saltaban con bizarría y rebuscaban entre la hierba. Me senté bajo el cerezo con mi taza de té. Sobre la mesa del patio descansaba un viejo espejo que, un rato antes, mis hijas habían dejado allí. Era el espejo de mi bisabuela, una reliquia familiar que fue pasando de mano en mano hasta llegar a las mías. Sujeto en un soporte de plata con mango repujado en bellas flores y cintas vegetales lanceoladas. Lo así y me observé. Cerré los ojos un instante y lo volví a intentar. No reconocí la imagen que el espejo me devolvía. Era una imagen grotesca y patética de mí misma, de la mujer que había sido, de la joven que aún conservaba en mi mente. Yo no me sentía así, como esa imagen que el espejo me mostraba. Mi interior albergaba otra mujer. ¡No soy yo!, negué calladamente. No hay cremas que arreglen esto, no hay mascarillas, ni naturales ni químicas, no hay nada que cambie esta parodia de mí, esta burla de mí misma. ¿Qué haré? ¿Cómo sobreviviré a esta destrucción progresiva, ineludible, tristísima?
¡Una casa sin espejos! Así es, una casa no debe tener espejos, bastan los cristales de las ventanas, basta el reflejo de las aguas en los baldes, en el fregadero, en los charcos después de la lluvia. Sí, la imagen en un charco, como cuando la luna refleja su fulgor. Una imagen que se deshaga con las ondas de la superficie cuando cae una gota o una piedra, y devuelva una imagen desarticulada, descompuesta, difuminada. Una imagen que no revele la devastación que el tiempo imprime, los pliegues que se dibujan, las arrugas que surcan las comisuras, las huellas con que la vida nos deja lacrado el rostro. Una imagen que no desvela el alma.
Quité todos los espejos de mi casa, el del comedor, el que colgaba sobe el tocador, el del cuarto de baño, el que adornaba el corredor, el de la entrada… ¡todos los espejos desaparecieron! Acabaron arrumbados en el altillo, apretujados entre cajas, trastos y objetos en desuso. Guardados en su soledad. Ya no formarían parte de mi vida, de mi realidad.
Y fui feliz, nunca más me miré. Son suficientes los charcos y los vidrios, que me arrojan imágenes diluidas, desvanecidas e inciertas; imprecisas epifanías de mí. Ahora pienso que soy como me imagino, como lo sueño, como deseo. Ahora vivo en una atemporalidad sin límites, en una sospecha de juventud. Y… ¿saben qué? Creo que a las personas les gusto más.

Saludos a todos!