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RASUEROS: II parte...

II parte

Elena se sentó en un tronco junto al pozo de agua y miró la tierra, como si allí pudiera encontrar las palabras para explicar a qué había ido a esa casa. Pensó que había sido una estúpida, ¿cómo pude pensar que esta loca iba a darme una solución, cómo? Aquí, la demente soy yo, sin lugar a dudas.
-Mujer…
-Me llamo Elena.
-Elena, ¿a qué viniste?
-Tengo un amante- largó sin preámbulos, abrupta y decididamente- y… quiero irme con él, pero… no sé…
-Yo no soy una consejera sentimental, ¿qué querés que haga yo?
-Quiero que me diga qué me va a pasar si huyo con él.
La loca rió y se golpeó las rodillas con las palmas de las manos. Elena la miró ofendida, avergonzada, luego se puso de pie y le dijo:
-No se ría de mí, usted sabe, usted sabe… me puede ayudar.
-Yo no sé nada, Elena, ¿quién creés que soy?
-La loca…
-Me llamo Casandra.
-Casandra… usted sabe, no sé cómo lo hace, pero usted sabe.
-Yo sé, sí, sé que no me creerás y que terminarás haciendo lo que vos querés.
-No. Si usted me dice, yo sabré qué debo hacer.
-Pues, hacé lo que tu corazón indique, esa es la verdad.
-Quiere que me vaya con él… a Dolavon, de allí es; nos amamos como locos y yo ya no soporto estar con mi marido, no puedo verlo a los ojos, no aguanto sus caricias, sus besos, sus deseos… cada día lo aborrezco más.
-Entonces andate no más, no hace falta que te diga nada.
-Usted puede decirme si tendré éxito, si mi decisión es la acertada, si no me encontraré con nada inesperado.
-Mija, constantemente estamos frente a lo inesperado, frente a la incertidumbre- dijo la loca mientras encendía un cigarro- ¿De qué serviría que yo te dijera que vas a encontrar la muerte, allá en Do… cómo era?
-Dolavon.
-Bueno, ahí mismo… morirás de todos modos, allá o aquí.
- ¿Cómo que moriré allá o aquí?- preguntó azorada- ¿Voy a morirme?
-Todos moriremos algún día… si te quedas, vivirás como una muerta, sin ilusiones, sin felicidad, sin deseos, sin amor… si te vas, vivirás intensamente, tan intensamente que no advertirás lo rápido que pasa la vida y se te escapará de las manos y quedarás muerta en la soledad más terrible… morirás de todos modos, morirás de una u otra manera.
-No entiendo, no creo lo que me dice- dijo Elena saltándole las lágrimas- Vine para encontrar una respuesta y no hace más que confundirme, ¡usted no me ayuda!
-Pensá, Elena, pensá lo que querés hacer, es tu decisión.
Elena se dio la vuelta y se fue corriendo de aquel lugar, llorando, llevándose una carga de angustia tan pesada que le pesaba y le dificultaba respirar.
A la semana, Elena huyó del pueblo. Subió a la camioneta del extranjero y recorrieron los mil kilómetros que los separaban de Santa Lara, el pueblo donde habían quedado su marido, sus padres, sus hermanos, sus amigos y todos los que formaban su mundo. Elena, feliz, recostada sobre él, besaba su cuello, sus mejillas, su oreja y lo rodeaba con sus brazos. Pararon a descansar a mitad de camino; pernoctaron en la única hostería de Playas Doradas, un lugar perdido en la costa rionegrina, donde pasaron una noche intensa, desenfrenada, libres al fin de las miradas impertinentes; liberando sus ansias, sus apetitos, sus apasionados deseos, concretando su amorosa unión sin límites. El gozo era tal, la felicidad era tan intensa que permanecieron allí unos días; construyeron una luna de miel inolvidable. Elena fue libre, fue dichosa. Sus temores quedaron en el pasado; el rostro de su marido se deshizo en las brumas de la pasión y nada quedó de su infortunado desliz.
Llegando a Dolavon, en una curva del camino, una irregularidad del pavimento desestabilizó el vehículo y se estrelló contra un camión que se acercaba por el carril contrario. Él murió. Ella lo vio morir. El resto de su vida, que fueron muchos años, vivió sola y con todo el amor que él había despertado en ella. En aquel pueblo desconocido, alejada de los suyos, sin tener noticias de ellos, sola y tiste; muerta en una vida lánguida y estéril. Llena de un amor que no pudo darle a nadie, fue amustiándose, agostándose, hasta que se marchitó del todo. Casandra se lo había predicho, pero ella no le creyó.