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SAN MARTIN DE LA VEGA DEL ALBERCHE: Estas líneas, únicamente pretenden ser un recuerdo...

Estas líneas, únicamente pretenden ser un recuerdo y homenaje a nuestros pelucas de la Mili. Aunque al cabo del largo tiempo transcurrido tienen un tono desenfadado para que pasemos el rato, se ajusta fielmente a los hechos producidos. Todos recordamos a nuestro pelucas que, de vez en cuando, nos tenía que "aclarar las ideas" siguiendo instrucciones superiores.

Pues bien, el primer día en el B. I. R. nº 1 (Sáhara), después del rancho, en una formación sin orden ni concierto, ni abogado por nuestra parte, nos llevaron desarmados ante un pelotón de pelucas para que, perfectamente sincronizados, nos cortaran el pelo. Armados con unas amenazantes maquinillas manuales de cortar rebozadas con siroco, dispuestos a lo peor, nos aguardaban con impaciencia aquellos artistas de la profesión, en este caso militarizada, preparados y enardecidos para cumplir con el máximo rigor y complacencia la misión ordenada por sus superiores. El orden de corte para nuestro individualizado rapado parecía efectuado a discreción, pues las maquinillas corrían, derrapaban y competían velozmente sobre nuestras cabezas, tal como diabólicas, enloquecidas y erráticas máquinas segadoras sin volante de dirección. Algunos compañeros que tenían el pelo algo más largo, de acuerdo con la moda imperante en la época de la que procedían, fueron tratados con más delicadeza y pequeñas dosis de relaciones públicas, alabando su peinado y lo que, sin piedad, iban a perder a continuación. Digno es mencionar y destacar en todos los pelucas, a pesar de tan numeroso enemigo frente a ellos, su alto sentido del deber, espíritu de lucha, disciplina, eficacia, entrega, sacrificio, ejemplo, etc. Y en todo momento con una amplia sonrisa a nuestras espaldas. Según terminaban de perpetrar los pelados, nos iban soltando (así, como suena). En el asalto de los pelucas, mil cabezas desembarcadas durante la mañana de aquel inolvidable día quedaron como la Luna.

Aturdidos y desorientados, como ovejas recién esquiladas sin pastor ni perro que las guíe, fuimos recomponiendo los pequeños grupos que habíamos compartido cinco días de viaje. Instintivamente, pretendíamos acariciar nuestro pelo, topándonos con una inmensa lija del más fino granulado. Cuando los pelucas terminaron la faena del mano a mano entre ellos, únicamente nos dejaron en pie las orejas, como dos solitarias antenas en el más desolado de los paisajes. Algunos compañeros, los tratados con más delicadeza, incluso reconocieron y saludaron las suyas, pues hacía mucho tiempo que no se las veían en el espejo.

Ahora, a reir o llorar, según el caso.

Un abrazo.