LA IGLESIA SAN MARTIN OBISPO.
La luz estaba encendida, los bancos se hallaban desiertos, sobre una palmatoria he visto una vela encendida, un misal abierto y un medallón de la Virgen de la Piedad. Un olor a perfume reinaba en el templo, el altar está lleno de polvo y algunos bancos tienen las tablas carcomidas.
Me levanto del maltrecho banco y veo el gran portón que da a un antiguo cementerio destruido por los años. Entonces subo por su estrecha y oscura escalera, a su alta torre, toco con fuerza las campanas, haciendo una triste melodía.
Nadie responde a mi llamada. Yo ya estoy acostumbrado a estos sitios de zonas tan frías, que en la ciudad es solo frío, pero aquí en la pequeña iglesia de pueblo, es hielo, granizo y nieve, un nevazo del que nadie se escapa.
De esta manera, refugiados en sus casas se limitan a dormir, calentarse, comer, y recordar sus antiguas hazañas, todo ello al son de la televisión que les distrae de sus pesares, mientras sus puertas y ventanas quedan bloqueadas bajo una espesa capa blanca de nieve.
MIGUEL GUTIERREZ SEGOVIA.
La luz estaba encendida, los bancos se hallaban desiertos, sobre una palmatoria he visto una vela encendida, un misal abierto y un medallón de la Virgen de la Piedad. Un olor a perfume reinaba en el templo, el altar está lleno de polvo y algunos bancos tienen las tablas carcomidas.
Me levanto del maltrecho banco y veo el gran portón que da a un antiguo cementerio destruido por los años. Entonces subo por su estrecha y oscura escalera, a su alta torre, toco con fuerza las campanas, haciendo una triste melodía.
Nadie responde a mi llamada. Yo ya estoy acostumbrado a estos sitios de zonas tan frías, que en la ciudad es solo frío, pero aquí en la pequeña iglesia de pueblo, es hielo, granizo y nieve, un nevazo del que nadie se escapa.
De esta manera, refugiados en sus casas se limitan a dormir, calentarse, comer, y recordar sus antiguas hazañas, todo ello al son de la televisión que les distrae de sus pesares, mientras sus puertas y ventanas quedan bloqueadas bajo una espesa capa blanca de nieve.
MIGUEL GUTIERREZ SEGOVIA.
Hace varios años, que por una gracia especial del Señor, se ma ha encomendado acompañar a las pocas gentes de muchos pueblos pequeños en Semana Santa, para celebrar LA PALABRA en sus Iglesia locales y he pasado mucho frío. Todas ellas son autenticas neveras para el cuerpo; pero os aseguro que los corazones sienten un calorcillo especial que solamente Dios es capaz de comprender.
Un abrazo a San Martín...
Un abrazo a San Martín...