En un camino ya en desuso junto a la Vega, me encontré con un viejo y cansado carro de hierros y maderas, abandonado por su anciano dueño y sus riendas de cordobán. Estaba triste, con lágrimas en los ojos. Las llantas y el eje de sus poderosas ruedas, nacidos entre mimos en cualquier fragua de Vulcano, oxidados sin piedad por el cruel tiempo, y sin el preciado alimento de su grasa. Sus radios, hijos de la eterna encina, rendidos, desvencijados y enemistados con su circunferencia. Sus recios varales delanteros, sin la compañía de su fiel mula y su acogedor yugo de madera. Sus infantiles barrotes laterales, con manos entrelazadas para no perder el difícil equilibrio de sus vidas.
Me acerqué a él, le acaricié, me sonrió, le hablé, se emocionó, le pregunté, me habló, lo comprendí, sufrí, lloré con él... Me habló de su larga y penosa vida por tiempos, pueblos, campos y caminos inolvidables; de su duro trabajo en todas las estaciones, de penalidades vencidas con entereza y tesón, de humilde pobreza hermanada con la felicidad... Volvieron a brotar sus lágrimas al recordar la alegría de los niños montados en sus tablas para contemplar su mundo, y las de los mayores en sus fiestas y romerías. Me confesó su amargura y dolor cuando pasaban a su lado con desprecio tractores y remolques...
Traté de infundirle ánimo y esperanza, pero me contestó amablemente que él descansaría eternamente donde nació: en las raíces de su tierra y en la fragua del herrero
Su alma quedará prendida entre nuestros más nostálgicos recuerdos.
Me acerqué a él, le acaricié, me sonrió, le hablé, se emocionó, le pregunté, me habló, lo comprendí, sufrí, lloré con él... Me habló de su larga y penosa vida por tiempos, pueblos, campos y caminos inolvidables; de su duro trabajo en todas las estaciones, de penalidades vencidas con entereza y tesón, de humilde pobreza hermanada con la felicidad... Volvieron a brotar sus lágrimas al recordar la alegría de los niños montados en sus tablas para contemplar su mundo, y las de los mayores en sus fiestas y romerías. Me confesó su amargura y dolor cuando pasaban a su lado con desprecio tractores y remolques...
Traté de infundirle ánimo y esperanza, pero me contestó amablemente que él descansaría eternamente donde nació: en las raíces de su tierra y en la fragua del herrero
Su alma quedará prendida entre nuestros más nostálgicos recuerdos.