¡Hay que ver cuanto dan de si las piedras...!, espero que no seas de esos que comulgan con piedras de molino...
Desde luego, La Vega debe estar cimentada sobre un gran roquedal, estando a los pies y faldas de Gredos lo raro sería no tener ninguna.
Me acuerdo perfectamente de la calle principal (ahora llamada de la Iglesia) adoquinada pero con unos gorrones desiguales, a modo de calzada romana con más modestia y menos pedigrí, por la que a pesar de todo, (ahora lo veo como un milagro), íbamos en bici por ella casi como pez en el agua, ¡para habernos matao...!.
Recuerdo las piedras que había donde hoy se levanta el bar de Rosa, aún contemplo, (aunque mutilada) esa piedra en la que mi chico y su primo se deslizaban a modo de tobogán, ¿y como olvidar aquellas en las que en una noche lunática de finales de verano, me dieron el primer beso?.
Piedras, donde sentarse al sol o puerta de las casas (los machaderos), donde esperar al ganado, piedras lavadero sobre el río, piedras mojones que ponen limites, fronteras al campo y tierras, piedras con nombre: (el risco de los Romeros, Piedragúa, y otras sin bautizar, que como dices nos contemplan desde su dureza.
Piedras labradas a puntero o toscas, piedras lisas llamadas lanchas y que eran el parqué de las casas de antaño, casas de piedra madera y adobe, construidas sin planos ni dirección técnica facultativa, hechas a medida de las posibilidades de sus moradores.
Paredes de piedra (al seco), piedra sobre piedra sin argamasa ni cemento, delimitando huertos y cercas, a las que sólo accedías saltando o abriendo un “portillo”.
¿Será por piedras?
Hay una cosa que me gusta mucho de las piedras, y es cuando se pone el sol acercarme a ellas rozarlas con la manos, las mejillas abrazarme a ellas y sentir su último calor del día.
Hay una cosa que me da mucha pena de ellas, de las de las casas y paredes, y es verlas arrumbadas.
¡Hay que ver cuanto dan de si las piedras....!
Un saludo (un placer leerte, espero la segunda parte y siguientes).
Desde luego, La Vega debe estar cimentada sobre un gran roquedal, estando a los pies y faldas de Gredos lo raro sería no tener ninguna.
Me acuerdo perfectamente de la calle principal (ahora llamada de la Iglesia) adoquinada pero con unos gorrones desiguales, a modo de calzada romana con más modestia y menos pedigrí, por la que a pesar de todo, (ahora lo veo como un milagro), íbamos en bici por ella casi como pez en el agua, ¡para habernos matao...!.
Recuerdo las piedras que había donde hoy se levanta el bar de Rosa, aún contemplo, (aunque mutilada) esa piedra en la que mi chico y su primo se deslizaban a modo de tobogán, ¿y como olvidar aquellas en las que en una noche lunática de finales de verano, me dieron el primer beso?.
Piedras, donde sentarse al sol o puerta de las casas (los machaderos), donde esperar al ganado, piedras lavadero sobre el río, piedras mojones que ponen limites, fronteras al campo y tierras, piedras con nombre: (el risco de los Romeros, Piedragúa, y otras sin bautizar, que como dices nos contemplan desde su dureza.
Piedras labradas a puntero o toscas, piedras lisas llamadas lanchas y que eran el parqué de las casas de antaño, casas de piedra madera y adobe, construidas sin planos ni dirección técnica facultativa, hechas a medida de las posibilidades de sus moradores.
Paredes de piedra (al seco), piedra sobre piedra sin argamasa ni cemento, delimitando huertos y cercas, a las que sólo accedías saltando o abriendo un “portillo”.
¿Será por piedras?
Hay una cosa que me gusta mucho de las piedras, y es cuando se pone el sol acercarme a ellas rozarlas con la manos, las mejillas abrazarme a ellas y sentir su último calor del día.
Hay una cosa que me da mucha pena de ellas, de las de las casas y paredes, y es verlas arrumbadas.
¡Hay que ver cuanto dan de si las piedras....!
Un saludo (un placer leerte, espero la segunda parte y siguientes).
Claro que dan de sí las piedras. Además, han sido siempre muy condescendientes y acogedoras. Para la construcción es muy importante. También fueron nuestras primeras sillas. Cuando vamos al campo, siempre hay quien prefiere sentarse en una buena y asentada piedra; es algo instintivo que llevamos grabado en nuestra evolución. Por otra parte, es lo más natural y fiable, nunca perderán la batalla frente a las sillas plegables, cuyo continuo baile de sus patas en todas direcciones nos hace pasar gratos momentos de risa, cuando algún comensal termina con el plato de patatas machaconas en la cabeza o sobre la camisa.
Que yo recuerde, nunca probado a comulgar con ruedas de molino. Siempre he preferido hacerlo con buenos jamones, lomos, torreznos, chorizos, etc. Pero ya que las citas, te diré que me dan mucha pena, al igual que los burros de las norias, siempre dando vueltas a los cangilones de su vida para no llegar a ninguna parte.
La “mandilá de cantos y a piterazo limpio” que cita Anónimo352 también la conocí y la sufrí con distinto nombre, pero con los mismos efectos: piteras a granel. Lo que los chavales no necesitábamos para “echarnos un apedreo” con los enemigos era la “mandilá de piedras” para la munición, ya que nuestro suministro lo teníamos garantizado y muy a mano con las piedras de las vías del tren. Todavía me quedan tres pequeños recuerdos de una batalla perdida.
También éramos brutos, pero hasta el siguiente “apedreo” éramos amigos.
Un abrazo.
Que yo recuerde, nunca probado a comulgar con ruedas de molino. Siempre he preferido hacerlo con buenos jamones, lomos, torreznos, chorizos, etc. Pero ya que las citas, te diré que me dan mucha pena, al igual que los burros de las norias, siempre dando vueltas a los cangilones de su vida para no llegar a ninguna parte.
La “mandilá de cantos y a piterazo limpio” que cita Anónimo352 también la conocí y la sufrí con distinto nombre, pero con los mismos efectos: piteras a granel. Lo que los chavales no necesitábamos para “echarnos un apedreo” con los enemigos era la “mandilá de piedras” para la munición, ya que nuestro suministro lo teníamos garantizado y muy a mano con las piedras de las vías del tren. Todavía me quedan tres pequeños recuerdos de una batalla perdida.
También éramos brutos, pero hasta el siguiente “apedreo” éramos amigos.
Un abrazo.