SAN MARTIN DE LA VEGA DEL ALBERCHE: Este fin de semana he estado en el pueblo, hacía más...

Me comí tal ensalada de berros que las ovejas desayunaron chocolate con churros que distrajeron de una mesa. Había que verlas y escucharlas, con los hocicos como un panetón de chocolate con afonía crónica.

Al llegar la noche, cambiamos de casa para dormir, había que cumplir con todos los familiares. Ya sabéis el alto sentido de la hospitalidad que tienen los vegatos. Como te descuides, te empadronan en el pueblo, con vacas o sin ellas. Después de un día muy ajetreado pateando piedras, hormigueros, charcos en el río y alfombras verdes en el campo, tenía ganas de volver a dormir contando las ovejas escondidas en el colchón y escuchando sus baladas al amanecer. Aprovechándose de mi cansancio debido a los madrugones para visitar las piedras, Morfeo me la jugó, y me tuvo trabajando en una fábrica de quesos de oveja durante el turno de noche, superando mi aroma al de los quesos. Me levanté de la cama cuando las ovejas se pusieron serias, amenazándome con la llegada del carnero. Ya levantado, con pestañas cubiertas de buena lana, ovejas y yo no necesitábamos intérpretes ni traductores. Para desayunar, los familiares sentenciaron un asustado jamón haciendo pucheros y unos chorizos en lágrimas de la matanza... y así no hay quien vaya luego en condiciones para coquetear con las piedras...

Al salir a la calle, la indecisa claridad del crepúsculo atenazaba mis pasos, y me detuve. ¿Hacia dónde iba? ¿Cuál era mi destino? No lo sabía. Mis pensamientos estaban confusos y difuminados entre rivales sentimientos en lucha abierta. Me senté en una fría piedra solitaria algo húmeda por el rocío de la noche... Algunas veces, en esta vida es muy difícil elegir el camino acertado; el ser humano es una amalgama de contradicciones y dudas permanentes. Me levanté de la piedra y solté las riendas de mis pasos para que ellos me guiaran.

Con el alma entre mis manos, entré en la misma calle del día anterior. No sabía qué estrella me guiaba o qué nube oscurecía mis pocas luces. Seguí avanzando lentamente; en mis pasos, unas piedras se alejaban de mí con indiferencia y otra se acercaba con deseos de hablarme... Y me encontré frente a la piedra sonrosada, con lágrimas bañando su bello rostro. Estaba muy triste, su tierna sonrisa había desaparecido, no tenía el habitual y precioso maquillaje que se hacía antes del amanecer. Me preguntó si la recordaba. Le contesté afirmativamente con un instintivo gesto, y le pregunté su nombre, que aún no sabía. Me dijo que era Rosalito, Rosa por el color rosa de la piedra de su maquillaje y lito por su origen rocoso de la Litosfera. Le pregunté la causa de su profunda pena, respondiéndome con ternura que estaba enamorada de un pedrusco de una calle cercana, junto a un frondoso árbol, y que el romántico otoño le hacía el favor de poder verlo en tan bella estación cuando dejaba caer sus nostálgicas hojas. Pero Rosalito quería estar a su lado para siempre, sin el árbol que ocultaba a su amado pedrusco, y era lo que deseaba conseguir, hasta con el precio de su propia vida.

Continuó hablándome algún tiempo. La dulzura de sus palabras hizo tambalear mis sentimientos. Las lágrimas de amor de las fuentes de sus ojos convirtieron mis manos en un lago de melancolía y desasosiego. En su incontenible emoción, dejo de hablar... Permanecí en silencio escuchando su mirada, quise hablarle sin saber hacerlo, traté de acariciarla sin alcanzar su dolor, deseaba alegrarla embargado de tristeza, anhelaba consolarla sin encontrar remedio... Mi alma se hacía jirones contemplando la amarga pena dibujada en su rostro. Amor y desamor, fieros enemigos que gobiernan vidas y sentimientos se encontraban frente a frente.

Le prometí ayudarle para conseguir su dicha y su bienestar Apretó mis manos entre las suyas, diciéndome con dulces y temblorosos labios que confiaba en mí, y que lo conseguiría. Me marché emocionado hacia el río, sentándome en una piedra junto a la orilla. Sumergido en mis pensamientos, mientras contemplaba el discurrir de la vida del río, pensaba en la futura felicidad de Rosalito y su amado pedrusco...

Un abrazo.

Este fin de semana he estado en el pueblo, hacía más de un mes que no iba, eso es mucho para mí, y estaba como rabiosa...

En el deambular, me encontré con tu piedra “Rosalito”, y me pidió encarecidamente que te dijera que ya ha superado el mal de amores, y que se encuentra muy feliz, ya que por causas del destino llegó hasta ella un hermoso canto rodado.
La atracción mineral fue tal entre ambos, que el audaz aventurero ha decidido cambiar su vida ambulante, y quedarse junto a ella con una verdadera vocación de cimiento, para toda la sedimentación y hasta que la meteorización les convierta en polvo, eso si, como decía Quevedo, en polvo enamorado.

Y por todo esto y muchas cosas más, y pese la mudanza del tiempo, he regresado a Madrid con un regusto a eternidad, a la eternidad que tiene la muerte, a la que tiene la vida cuando pasa tan lentamente, a la eternidad del amor de las piedras.
Un saludo
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Este mes de “Febrerillo El Loco” es corto pero muy denso y variado. Además, suele ocurrir que, en sus desvaríos, con frecuencia nos regale en sus cuatro semanas una muestra de las cuatro estaciones del año. Su locura o su cordura (nunca he sabido lo que es una y la otra) es una invisible frontera entre la próxima y lánguida muerte del invierno y el inminente nacimiento de la primavera, su luz y sus flores. En el fondo, creo que sus intenciones son buenas, aunque con resultados desconcertantes en ... (ver texto completo)