SAN MARTIN DE LA VEGA DEL ALBERCHE: De nada, amigo Santiago, el día 28 era nuestro día....

Me comí tal ensalada de berros que las ovejas desayunaron chocolate con churros que distrajeron de una mesa. Había que verlas y escucharlas, con los hocicos como un panetón de chocolate con afonía crónica.

Al llegar la noche, cambiamos de casa para dormir, había que cumplir con todos los familiares. Ya sabéis el alto sentido de la hospitalidad que tienen los vegatos. Como te descuides, te empadronan en el pueblo, con vacas o sin ellas. Después de un día muy ajetreado pateando piedras, hormigueros, charcos en el río y alfombras verdes en el campo, tenía ganas de volver a dormir contando las ovejas escondidas en el colchón y escuchando sus baladas al amanecer. Aprovechándose de mi cansancio debido a los madrugones para visitar las piedras, Morfeo me la jugó, y me tuvo trabajando en una fábrica de quesos de oveja durante el turno de noche, superando mi aroma al de los quesos. Me levanté de la cama cuando las ovejas se pusieron serias, amenazándome con la llegada del carnero. Ya levantado, con pestañas cubiertas de buena lana, ovejas y yo no necesitábamos intérpretes ni traductores. Para desayunar, los familiares sentenciaron un asustado jamón haciendo pucheros y unos chorizos en lágrimas de la matanza... y así no hay quien vaya luego en condiciones para coquetear con las piedras...

Al salir a la calle, la indecisa claridad del crepúsculo atenazaba mis pasos, y me detuve. ¿Hacia dónde iba? ¿Cuál era mi destino? No lo sabía. Mis pensamientos estaban confusos y difuminados entre rivales sentimientos en lucha abierta. Me senté en una fría piedra solitaria algo húmeda por el rocío de la noche... Algunas veces, en esta vida es muy difícil elegir el camino acertado; el ser humano es una amalgama de contradicciones y dudas permanentes. Me levanté de la piedra y solté las riendas de mis pasos para que ellos me guiaran.

Con el alma entre mis manos, entré en la misma calle del día anterior. No sabía qué estrella me guiaba o qué nube oscurecía mis pocas luces. Seguí avanzando lentamente; en mis pasos, unas piedras se alejaban de mí con indiferencia y otra se acercaba con deseos de hablarme... Y me encontré frente a la piedra sonrosada, con lágrimas bañando su bello rostro. Estaba muy triste, su tierna sonrisa había desaparecido, no tenía el habitual y precioso maquillaje que se hacía antes del amanecer. Me preguntó si la recordaba. Le contesté afirmativamente con un instintivo gesto, y le pregunté su nombre, que aún no sabía. Me dijo que era Rosalito, Rosa por el color rosa de la piedra de su maquillaje y lito por su origen rocoso de la Litosfera. Le pregunté la causa de su profunda pena, respondiéndome con ternura que estaba enamorada de un pedrusco de una calle cercana, junto a un frondoso árbol, y que el romántico otoño le hacía el favor de poder verlo en tan bella estación cuando dejaba caer sus nostálgicas hojas. Pero Rosalito quería estar a su lado para siempre, sin el árbol que ocultaba a su amado pedrusco, y era lo que deseaba conseguir, hasta con el precio de su propia vida.

Continuó hablándome algún tiempo. La dulzura de sus palabras hizo tambalear mis sentimientos. Las lágrimas de amor de las fuentes de sus ojos convirtieron mis manos en un lago de melancolía y desasosiego. En su incontenible emoción, dejo de hablar... Permanecí en silencio escuchando su mirada, quise hablarle sin saber hacerlo, traté de acariciarla sin alcanzar su dolor, deseaba alegrarla embargado de tristeza, anhelaba consolarla sin encontrar remedio... Mi alma se hacía jirones contemplando la amarga pena dibujada en su rostro. Amor y desamor, fieros enemigos que gobiernan vidas y sentimientos se encontraban frente a frente.

Le prometí ayudarle para conseguir su dicha y su bienestar Apretó mis manos entre las suyas, diciéndome con dulces y temblorosos labios que confiaba en mí, y que lo conseguiría. Me marché emocionado hacia el río, sentándome en una piedra junto a la orilla. Sumergido en mis pensamientos, mientras contemplaba el discurrir de la vida del río, pensaba en la futura felicidad de Rosalito y su amado pedrusco...

Un abrazo.

Este fin de semana he estado en el pueblo, hacía más de un mes que no iba, eso es mucho para mí, y estaba como rabiosa...

En el deambular, me encontré con tu piedra “Rosalito”, y me pidió encarecidamente que te dijera que ya ha superado el mal de amores, y que se encuentra muy feliz, ya que por causas del destino llegó hasta ella un hermoso canto rodado.
La atracción mineral fue tal entre ambos, que el audaz aventurero ha decidido cambiar su vida ambulante, y quedarse junto a ella con una verdadera vocación de cimiento, para toda la sedimentación y hasta que la meteorización les convierta en polvo, eso si, como decía Quevedo, en polvo enamorado.

Y por todo esto y muchas cosas más, y pese la mudanza del tiempo, he regresado a Madrid con un regusto a eternidad, a la eternidad que tiene la muerte, a la que tiene la vida cuando pasa tan lentamente, a la eternidad del amor de las piedras.
Un saludo

Este mes de “Febrerillo El Loco” es corto pero muy denso y variado. Además, suele ocurrir que, en sus desvaríos, con frecuencia nos regale en sus cuatro semanas una muestra de las cuatro estaciones del año. Su locura o su cordura (nunca he sabido lo que es una y la otra) es una invisible frontera entre la próxima y lánguida muerte del invierno y el inminente nacimiento de la primavera, su luz y sus flores. En el fondo, creo que sus intenciones son buenas, aunque con resultados desconcertantes en muchas ocasiones.

Hoy es el día de mi Andalucía, y la de nuestro buen amigo Santiago (muchas felicidades para él y el resto de andaluces). Mi pueblo empieza en las primeras estribaciones de Despeñaperros y termina... en las playas del Mediterráneo y del Atlántico. Tienes toda la razón en las diferentes sensaciones que sentimos al respirar sobre nuestras primeras raíces. Las segundas son las transplantadas en la tierra que amablemente nos acogió, y tan importantes como las primeras en el devenir de la vida.

Me he alegrado y te agradezco mucho tu encuentro con Rosalito y su deseada felicidad. Es una piedra con muy buenos sentimientos, y merece nuestra atención y nuestro cariño. Este mes he tenido muy poco tiempo libre para dedicarle algunos ratos a este drama (aunque con final feliz). Tengo sin rematar los capítulos 4, 5 y 6. En cuanto al cuarto, tendré que hacer algunas modificaciones, ya que tenía previsto cerrar un poco el grifo de las lágrimas, sin dejar caer la emoción ni el humor (todo es necesario en esta vida), pero has intervenido muy oportuna y acertadamente, suavizando la trama para dejar descansar nuestros sollozos, secar los pañuelos al sol y tranquilizar a los vegatos, ¡qué bien os entendéis las mujeres! Los capítulos 5 y 6 siguen una línea uniforme sin grandes sobresaltos, aunque con algunas interferencias y “regates” de nuevos personajes que están al acecho (en los pueblos pequeños todos están enterados de todo, es la sabiduría innata que tiene programada el ser humano). Según cálculos de mi locura sobre el tema, creo que debo (mejor dicho, debemos) llegar a 40 ó 50 capítulos como mínimo, finalizando en el mes de Agosto. Si todos nos implicamos, aunque simplemente sea con un poco de curiosidad, en las fiestas del mes de Septiembre contemplaremos San Martín de la Vega del Alberche de un modo distinto, y las piedras ya no nos resultarán tan indiferentes como hasta ahora, ni de día ni de noche. El pueblo y sus piedras se merecen nuestro homenaje. Como habrás deducido, mis intenciones son perversas, pero benignas.

Muchas gracias por tu estimada colaboración. Animo y adelante.

Muchas gracias por tu felicitación Julio, al mismo tiempo que te agradezco que me tengas entre tus amigos, me gustaría algún dia poder tomar un café o unas cervezas o una comida con vosotros.
Hoy por aquí está nevando todo el dia y hace bastante frio, no es frecuente por aquí la nieve en este tiempo, frebrerillo el Loco se portó bién y el loco está resultando ser este de Marzo.
Un abrazo.

De nada, amigo Santiago, el día 28 era nuestro día. Lo de la nieve ya me lo tiene bien contado un amigo que vive en Huescar, pero “me come muy bien” y tiene controlada la temperatura.

Tu propuesta me parece una buena idea, una comida entre amigos es un banquete de amistad, ya sea en nuestra tierra o en la de Anónimo-193. Si se trata de la nuestra, ya sabes: unos vinitos de Montilla, unos platitos de jamón de Sierra Morena o de Trévelez, unas tapas de lechón en adobo, unos flamenquines, unas berenjenas con miel, un salmorejo y de postre pastel cordobés o granadino y una copita de Anís Machaquito (esperemos no tener que insistirle demasiado a Anónimo-193 y su marido para que orienten el GPS hacia Despeñaperros). Si es en la Vega de Anónimo-193, manda ella y su marido, así que nos las entenderemos con unas patatas machaconas, unos chociritos de matanza, unos de esos chuletones familiares que te atizan al menor descuido, un café de pucherete (doble para Santiago), unas copitas de hierbas y unos postres caseros. Para finalizar, unos paseos para centrifugar la comida y saludar a nuestras queridas piedras.

Después de lo escrito, no tengo más remedio que salir corriendo para comer.

Un abrazo.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
No me importaría para nada poner rumbo al sur, hay lugares, ciudades que ¿como diría yo...?, te dejan con hambre, con sed, y a los que nunca te cansas de volver, uno de esos lugares para mi es Granada.
Estuvimos a punto de bajar en febrero, nos echó para atrás la climatología adversa.
Pero habrá que intentarlo, en cuanto el trabajo nos deje algo de tiempo libre, las circunstancias no lo impidan, y las agendas nos cuadren, tarea difícil aunque no imposible, ¡todo se andará!.
Con respecto al menú ... (ver texto completo)