Esta entrada, va dedicada a Tío Maxi, que hoy cumpliría ciento siete años.
Tío Maxi, era el hermano mayor de mi abuelo, a él como a su mujer Tía María, les recuerdo con especial cariño.
Raro era el fin de semana fuera del periodo estival, que cuando iba al pueblo, no pasara a hacerles la visita de rigor, me recibían con los brazos abiertos y una amplia sonrisa, tía María iba a la sala traía una caja de pastas para convidarme, y me hacían pasar a la cocina me acomodaban en el banco (escaño) de madera (detrás estaba el cuarto de las patatas), y allí a oscuras iluminados por la lumbre baja, me preguntaban, les preguntaba, o nos callábamos en tanto la lumbre chisporreteaba a nuestros pies, y pasado el tiempo tan lento tan rápido me tocaba dejarles hasta la próxima, y me iba con cierta congoja, por dejarles a ellos tan viejitos, allí tan solitos..., sin embargo era lo que querían, y mientras pudieron valerse por si mismos se quedaron en su casa viviendo independientes.
Tío Maxi, fue protagonista de esta anécdota, que a veces recordamos.
DE LO QUE SUCEDIÓ EN AQUELLA PROCESIÓN DE ANTAÑO.
En aquella procesión
todo era recogimiento,
cura bajo palio devoción,
y un respetuoso silencio.
Las calles estaban mal
con baches y “zurumballos”
por aquel tiempo a La Vega
no había llegado aún el asfalto,
y uno de los que llevaba un banzo
se tropezó con una piedra o canto
y en esas alguien dijo muy alto:
¡Dios la puta, que se jode el Santo!,
pues tal fue el tambaleo
de la efigie sacra,
que a poco besa el suelo
con penitente y andas,
y así aquella procesión
tuvo su momento de Gloria,
que hasta el cura se rió
no penséis que es una broma.
(¡Claro!, que el pobrecito “tropecista” mantuvo el equilibrio, y aunque se balanceara algo el santico, no se cayó, que si no, lo mismo la cosa no hubiera tenido tanta gracia....)
DLV® (3 de mayo de 2010)
Tío Maxi, era el hermano mayor de mi abuelo, a él como a su mujer Tía María, les recuerdo con especial cariño.
Raro era el fin de semana fuera del periodo estival, que cuando iba al pueblo, no pasara a hacerles la visita de rigor, me recibían con los brazos abiertos y una amplia sonrisa, tía María iba a la sala traía una caja de pastas para convidarme, y me hacían pasar a la cocina me acomodaban en el banco (escaño) de madera (detrás estaba el cuarto de las patatas), y allí a oscuras iluminados por la lumbre baja, me preguntaban, les preguntaba, o nos callábamos en tanto la lumbre chisporreteaba a nuestros pies, y pasado el tiempo tan lento tan rápido me tocaba dejarles hasta la próxima, y me iba con cierta congoja, por dejarles a ellos tan viejitos, allí tan solitos..., sin embargo era lo que querían, y mientras pudieron valerse por si mismos se quedaron en su casa viviendo independientes.
Tío Maxi, fue protagonista de esta anécdota, que a veces recordamos.
DE LO QUE SUCEDIÓ EN AQUELLA PROCESIÓN DE ANTAÑO.
En aquella procesión
todo era recogimiento,
cura bajo palio devoción,
y un respetuoso silencio.
Las calles estaban mal
con baches y “zurumballos”
por aquel tiempo a La Vega
no había llegado aún el asfalto,
y uno de los que llevaba un banzo
se tropezó con una piedra o canto
y en esas alguien dijo muy alto:
¡Dios la puta, que se jode el Santo!,
pues tal fue el tambaleo
de la efigie sacra,
que a poco besa el suelo
con penitente y andas,
y así aquella procesión
tuvo su momento de Gloria,
que hasta el cura se rió
no penséis que es una broma.
(¡Claro!, que el pobrecito “tropecista” mantuvo el equilibrio, y aunque se balanceara algo el santico, no se cayó, que si no, lo mismo la cosa no hubiera tenido tanta gracia....)
DLV® (3 de mayo de 2010)