EL TIEMPO EN CONSERVA (CUANDO LAS ARAÑAS HACEN LA MALETA):
“Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza....” (Luis Cernuda)
Cuando entro en esta casa, veo el tiempo detenido...
Todo tal cual.., la luz mortecina de la bombilla de a cincuenta, compitiendo con la que entra por la teja transparente de aquí en el medio casa, pequeña claraboya que delata la presencia del día y el polvillo en suspensión al trasluz, las lecheras de aluminio siguen colgadas del clavo a la puerta de la sala, y las banquetas alineadas unas sobre otras frente a la puerta de la cocina, milimétrica y exactamente igual que siempre.
Noto ese olor especial que ni siquiera el tiempo de cerrazón ha logrado erradicar, esa temperatura ni cálida ni glacial, si acaso un algo desangelada, temperatura de la soledad.
Los peldaños de la escalera y suelos de las alcobas crujen a mi paso, voz de maderas viejas pero firmes, pese al claveteado rudimentario de un carpintero sin vocación, y ese arrastrar de puertas que siempre estuvieron algo descolgadas, y seguirán estándolo.
Sigue la cortinilla que deja al más allá el “doblao”, entonces lugar de mis terrores infantiles, hoy oscuro reducto para pucheros, fuentes de barro, aperos, sogas, coyundas, la cuna de mis primeros sueños, y las tablas que guardaba mi abuelo para que le hicieran el ataúd, (la caja decía él), cuando muriera...
Suspendidas andan, las mismas telarañas, acaso de arañas tata-tata-tataranietas, de aquellas que se instalaron en esas mismas esquinas desde hace más de cien años.
Todo igual, todo detenido en el tiempo.
Entonces cojo el espejito, ese que tiene las esquinas rotas, y está en el cajón de los peines, modestísimo tocador de antaño bajo la escalera, y me miro..., y el tiempo empieza de nuevo a correr, y veo todos los años acumulados, todas las presencias, todas las ausencias, las telarañas rejuvenecidas..., y sonrío pensando en la suerte que tiene la casa de no tener ojos ni espejo donde mirar su paso del tiempo, la suerte que tengo yo en tener un lugar así, donde engaño al tiempo y me quedo parada en él aunque sólo sea de modo ficticio y breve, la inmensa suerte que tengo sin embargo y en definitiva, de no estar yo, detenida...
Y cierro tras de mi la puerta, y me voy con la convicción, algo triste, de que ahí queda la casa parada, sí, pero sólo para mi y los que alguna vez vivieron en ella, porque los demás, el resto, la verán como a cualquier otra, sin darle mayor importancia al contenido, (vacía de sentimiento), sin ojos de pasado, y me da la impresión (triste de nuevo), que entonces la casa, bajo esas miradas, estará más deshabitada que nunca, y por algún lado de sus rincones, empezará a oírse lo que nunca se había oído hasta ahora, el murmullo de la carcoma del olvido, y entonces la casa se verá en el espejo, y correrá para ella el tiempo, y se verá a las arañas haciendo las maletas....
“Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza....” (Luis Cernuda)
Cuando entro en esta casa, veo el tiempo detenido...
Todo tal cual.., la luz mortecina de la bombilla de a cincuenta, compitiendo con la que entra por la teja transparente de aquí en el medio casa, pequeña claraboya que delata la presencia del día y el polvillo en suspensión al trasluz, las lecheras de aluminio siguen colgadas del clavo a la puerta de la sala, y las banquetas alineadas unas sobre otras frente a la puerta de la cocina, milimétrica y exactamente igual que siempre.
Noto ese olor especial que ni siquiera el tiempo de cerrazón ha logrado erradicar, esa temperatura ni cálida ni glacial, si acaso un algo desangelada, temperatura de la soledad.
Los peldaños de la escalera y suelos de las alcobas crujen a mi paso, voz de maderas viejas pero firmes, pese al claveteado rudimentario de un carpintero sin vocación, y ese arrastrar de puertas que siempre estuvieron algo descolgadas, y seguirán estándolo.
Sigue la cortinilla que deja al más allá el “doblao”, entonces lugar de mis terrores infantiles, hoy oscuro reducto para pucheros, fuentes de barro, aperos, sogas, coyundas, la cuna de mis primeros sueños, y las tablas que guardaba mi abuelo para que le hicieran el ataúd, (la caja decía él), cuando muriera...
Suspendidas andan, las mismas telarañas, acaso de arañas tata-tata-tataranietas, de aquellas que se instalaron en esas mismas esquinas desde hace más de cien años.
Todo igual, todo detenido en el tiempo.
Entonces cojo el espejito, ese que tiene las esquinas rotas, y está en el cajón de los peines, modestísimo tocador de antaño bajo la escalera, y me miro..., y el tiempo empieza de nuevo a correr, y veo todos los años acumulados, todas las presencias, todas las ausencias, las telarañas rejuvenecidas..., y sonrío pensando en la suerte que tiene la casa de no tener ojos ni espejo donde mirar su paso del tiempo, la suerte que tengo yo en tener un lugar así, donde engaño al tiempo y me quedo parada en él aunque sólo sea de modo ficticio y breve, la inmensa suerte que tengo sin embargo y en definitiva, de no estar yo, detenida...
Y cierro tras de mi la puerta, y me voy con la convicción, algo triste, de que ahí queda la casa parada, sí, pero sólo para mi y los que alguna vez vivieron en ella, porque los demás, el resto, la verán como a cualquier otra, sin darle mayor importancia al contenido, (vacía de sentimiento), sin ojos de pasado, y me da la impresión (triste de nuevo), que entonces la casa, bajo esas miradas, estará más deshabitada que nunca, y por algún lado de sus rincones, empezará a oírse lo que nunca se había oído hasta ahora, el murmullo de la carcoma del olvido, y entonces la casa se verá en el espejo, y correrá para ella el tiempo, y se verá a las arañas haciendo las maletas....