Hay momentos en la vida en los que a uno no le apetece hablar, ni escuchar nada ni a nadie. El silencio y la mirada perdida, delatan nuestro ensimismamiento sumergido en un terrible dolor que nos llega a lo más profundo del alma.
El atentado del 11-M, alcanzó unas dimensiones que superan con mucho cualquier percance de similares características que yo haya conocido a lo largo de mi vida. Gentes de bien se desplazan en
tren hacia los currelos, hacia los
colegios, a la universidad, al instituto...etc.
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