VILLAR DE CORNEJA: ES CONTINUACIÓN DEL MENSAJE ANTERIOR:...

ES CONTINUACIÓN DEL MENSAJE ANTERIOR:
También puede ser porque nací a escasos kilómetros de la conocida,
mundialmente, por su calidad de paños, la maravillosa
ciudad de Béjar, Salamanca, y sólo a 7 km. de los abundantes y
famosos batanes de lana que había en el río Tormes, como Industrias
Laneras Castellanas, S. A. en la población de la Horcajada,
Ávila. Esta prenda se remonta a la época de los Duques de
Béjar, cuando crearon la primera industria textil lanera hace más
de 500 años, ellos fueron los impulsores. Viendo el potencial de
la calidad de la industria textil lanera en esa región castellana,
impulsaron la fabricación de un paño de altísima calidad, no
conocido hasta entonces. Consiguieron ponerlo de moda para
la alta jerarquía, la encontramos en la realeza, la grandeza y la
aristocracia. Hoy en día se sigue utilizando el paño de Béjar en
las capas de más alta calidad y elegancia.
El negocio de los Duques de Béjar fue redondo y famoso por
sus paños en España, muy especialmente en Madrid, lo que hace
que se afinquen en
las puertas de Madrid
y pertenecieran
al Partido Judicial
de Colmenar
Viejo. Los Duques
de Béjar vivieron
cerca de Colmenar,
en el palacio de la
finca La Moraleja de Alcobendas.
Toda la historia está en el libro “LA Capa Española de Fausto Díaz Sánchez”

Capistas colmenareños que van a una concentración de la
capa, en la Plaza de España, el viento levanta la esclavina y
tapa parte de la cara de Fausto Díaz.
Fausto Díaz Sánchez
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Mis memorias, recuerdos, historias, de esta comarca
Relación entre la capa, los Duques de Béjar y La Moraleja.
Como digo en mis libros de historia, sobre las Fincas Reales y
emblemáticas, sobre el Monte del Pardo, la finca y Castillo de Viñuelas,
las Jarillas y La Moraleja; al morir el XII Duque de Béjar,
sin descendientes, en el año 1777, se pone en venta el palacio y la
finca de La Moraleja. Se firma la escritura el 16 de junio de 1778
a favor de la Corona de España, en el precio de 1.358.170 reales.
La finca es de 1.164 fanegas y cuatro celemines y un cuartillo, su
longitud de oriente a poniente es de 4.096 varas castellanas y en
la parte más ancha es de 2.030 varas.
Queda agregada a la propiedad de la Corona, junto con el
Monte del Pardo y Viñuelas, hasta la revolución de 1868, conocida
como la Gloriosa, que obligó a Isabel II al exilio a París. El
nuevo gobierno de la 1ª República puso en venta las propiedades
de la Corona. La finca de Viñuelas la compra don José Campo y
La Moraleja D. José de Urzaiz, que a su vez vendió a don Francisco
de Cubas y González, Marqués de Cubas. Y, por último, la
fraccionó y vendió por parcelas, hoy construida y convertida en
la zona residencial más lujosa de España.
Hoy día, cuando se habla de la capa, instintivamente se piensa
en la clásica, en la elegancia y el buen gusto, en una palabra, en
la distinción. Pero no siempre fue así, ha habido capas y capas,
de ricos y de pobres, suaves y ásperas, negras, blancas y pardas,
de ministros y de pastores, aún cuando todas han tenido y tienen
una denominación de origen común: españolismo, ahora que
tanto lo necesitamos. No nos equivoquemos, la capa que yo conocí
de niño, en mi tierra abulense, la de diario, era contrapuesta
a los calificativos mencionados al principio de esta historia, al
ser una prenda también de los trabajos más duros de labriegos y
pastores en las dos Castillas; era la prenda de abrigo de los hombres,
como era para la mujer los manteos y el mantón.
La de los domingos de Ávila era negra con vueltas de terciopelo
negro. La Anguarina de Calatañazor, Soria, era una capa de
paño burdo de pastor con capucha cerrada por delante, lo que
es hoy un impermeable. La de Canarias, doble cobertura de lana
blanca sin batanar como manta de campo. Capa roja de pastor
en Villaciervitos, Soria. Coroza, de Orense, de paja con esclavina,
capucha y polainas. Capa gótica de terciopelo, con tiras aplicadas,
bordada con anagramas y cintas bíblicas del siglo XIV.
Capa de la guerra de Filipinas a modo de poncho, paño marrón
decorado con tiranas tejidas. Capa Pluvial, siglo XVIII. Damasco
y galones dorados, lleva espalda.
Podría continuar hasta 40 capas diferentes, pero con esto
queda claro que había capas de paseo y de trabajo, de ricos y
pobres.
La capa servía para resguardase de las durísimas inclemencias
de aquellos tiempos, sin ninguna clase de comodidades,
cuando se iba a trabajar a los campos o se hacían viajes a pie y
en caballería.
Era la capa que todo lo tapa y para todo servía. Era el paragolpes
de los fríos y de las lluvias. En la mayoría de las casas
campesinas había varias capas, la mayoría heredadas, roídas y
remendadas, que eran las campesinas, amigas y familiares de los
rudos trabajos de los labriegos y pastores, siempre al contacto
de la tierra, las praderas y peñascales, muchas heredadas de los
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difuntos abuelos y, en muchos casos, si estaban en mal estado,
se saneaban los trozos mejores para hacer una para los más pequeños,
que fue la que yo usé de niño para refugiarme del fuerte
viento y lluvia cuando caminaba a los quehaceres del campo.
Años más tarde, se cambió mucho de hábito por la pelliza,
una prenda horrorosa, de mal gusto para vestir, nada parecido a
la capa. También se usaba la manta de campo, que era más útil;
se ponía en los lomos de las caballerías y se llevaba siempre al
campo en prevención de las lluvias y de los fríos; también se ponían
en el suelo para sentase a la hora de comer, para echarse la
siesta para descansar de
los duros trabajos, era
una manta de lana de
colores pardos, rayada,
algunas fabricadas en
Pedro Bernardos, Ávila;
éstas llegaron a tener
mucha fama por su alta
calidad. Los que nos
dedicábamos a vender
mantas de campo, como
era mi caso, siempre decíamos
a nuestras clientas
que eran tan buenas
como las de Pedro Bernardos,
que era una garantía
y nuestra defensa,
ya que eran de una calidad
superior a otras que
se vendían.
También se usaba la manta de viaje, una manta a cuadros con
colores mucho más vivos, que hoy sigo vendiendo en nuestros
establecimientos de Madrid y Colmenar, pero para usos distintos,
como para el coche y para el sofá.
Pero nunca faltaba en ninguna casa la capa dominguera,
siempre bien limpia y preparada para cualquier emergencia:
Para cualquier entierro, misa, procesiones de Semana Santa, bodas,
ocasiones solemnes en las que los hombres las llevaban con
gran soltura y dignidad. Era la bandera de las ceremonias, como
el estandarte, expresión y respeto en algunos casos. La capa no
es un sólo un trozo de paño de lana, es el arte de saber llevarla,
el arte del movimiento que hace cuando se transporta sobre los
hombros o se emboza uno en ella.