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ALBACASTRO: Hace unas cuantas décadas Albacastro tenía una docena...

Hace unas cuantas décadas Albacastro tenía una docena de casas abiertas • En una de ellas vivió Félix Boada Manjón

Félix Boada lleva la taberna de Rebolledo de la Torre, pueblo en el que vive desde que a los dieciséis años se trasladara para ganarse la vida.
Jesús Javier Matías
B. G. R. / Rebolledo de la Torre
«Pablo una, Pepe dos, el difunto Domingo tres, el difunto Liborio cuatro, Saturnino cinco... Calculo que habría doce o trece casas abiertas, de las cuales dos eran las de los vaqueros». Félix Bohada Manjón tiene una memoria privilegiada que le hace recordar uno a uno los nombres de sus vecinos de Albacastro. Hace 68 años nació en este pueblo, ahora vacío, en el seno de una familia humilde que tuvo que luchar contra viento y marea para salir adelante. «No pasé hambre, pero sí mucha necesidad», afirma con sinceridad. De su infancia recuerda los «terroríficos» inviernos en el pueblo, donde caían nevadas de metro y medio de espesor y colgaban carámbanos que bajaban del tejado al suelo. En verano las cosas cambiaban, aunque siempre aprovechando la oportunidad de contribuir a la economía familiar. «Un verano estuve de agostero y me gané mi dinerillo», recuerda. Sin embargo y siendo aún un crío, se trasladaba al cercano Rebolledo de la Torre desde la primavera hasta la época de la sementera. Durante este tiempo trabajaba como «criadillo» para coger patatas y cuidar vacas. Y aquí se quedó cuando cumplió 16 años. Y aquí sigue.
En Rebolledo ha pasado la mayor parte de su vida, ahora jubilado está pendiente de la taberna, y no tiene intención de regresar a su pueblo natal más allá de las visitas que realiza a la iglesia. Porque para Félix el templo dedicado a San Pedro va unido a su vida: «Allí me bautizaron e hice la comunión. Además ayudaba en los oficios religiosos siempre que podía».
Hace cuatro décadas que se celebró la última misa. Después llegó la ruina. Y ahora cuando los andamios han vuelto a levantar sus muros y el tejado, Félix se emociona y muestra su alegría al ver el templo de nuevo en pie. «Ha quedado preciosa, me encanta cómo la han restaurado», comenta, no sin antes reconocer que siente cierta pena al ver el pueblo vacío. Sin embargo, confiesa no entender cómo pudo estar habitado algún día un pueblo situado tan al pie de la peña, de tal forma que recibe todo el agua de las rocas. Quizás esta particularidad está detrás del abandono sufrido.
A pesar de todo, la alegría no se desdibuja de su cuando se habla de la iglesia. En la emoción de hombre amable y campechano ha tenido mucho que ver la Asociación de Amigos de Albacastro, una entidad que hace un par de años se propuso recuperar la fiesta de San Pedro para llamar la atención de las instituciones sobre el estado de ruina del templo. Y así fue. Porque aquella iniciativa aceleró el proceso de restauración que ahora culmina.