EL ALMUERZO- Recuerdos de mi niñez en la casa de mis abuelos.
Cuando huelo el olor del vino tinto junto a la sopa de cordero viajo en el tiempo,
hasta aquellos mediodias en la casa de mi abuelo.
La mesa larga de madera y lo dos bancos a los costados para 18 o 20 personas.
Primero se sentaba el abuelo, a la cabecera luego la abuela y después todos los demás siempre en el orden de primero los mayores.
A mi me encantaba aquello...- el abuelo nos daba un sorbito de vino..-abuelo mamá no nos deja tomar vino!-un poquito hace bien al corazón -nos decía y aquel querer quedar bien con los dos.
Ya enseguida la tia nunga servía la sopa caliente con fideos finitos y ahi encima de la mesa las fuentes del puchero que tenia de todo en piezas grandes, porque en aquel tiempo no se oía de que algo engordaba, se comía de todo y hasta llenarse.
Así que el sapallo de puchero con su pulpa gruesa, el boniato, las papas y los choclos eran una delicia, cada uno con su sabor especial, cosechados allí mismo.
La carne igual con su grasa correspondiente siempre sobraba para la noche y a la mañana siguiente si quedaba los hombres la comían con el mate amargo antes de ir a trabajar.
Como niños nos comíamos todo rápido y aun guardando los rituales acostumbrados de los almuerzos- no tocar la comida con la mano, no hacer ruidos al tomar la sopa, dejarse de risotadas y jaranas a esta hora- siempre terminábamos primero y nos queríamos ir a jugar, pero debíamos quedarnos un poco más en la sobremesa donde, vaso de vino por medio se charlaba de las cosas que a cada uno le sucedía. se hacían planes de trabajo y aprovechando también se pedía consejos al padre sobre las diversas cosas de sus vidas.
Aquella hora más que comer era un tiempo solemne y había que disfrutarlo.
De a poco se iban levantando " buen provecho" " gracias igualmente" asi las voces se iban apagando y todos hacia la sagrada y obligada siesta.
Maria Y. Rodriguez Corralejo
Cuando huelo el olor del vino tinto junto a la sopa de cordero viajo en el tiempo,
hasta aquellos mediodias en la casa de mi abuelo.
La mesa larga de madera y lo dos bancos a los costados para 18 o 20 personas.
Primero se sentaba el abuelo, a la cabecera luego la abuela y después todos los demás siempre en el orden de primero los mayores.
A mi me encantaba aquello...- el abuelo nos daba un sorbito de vino..-abuelo mamá no nos deja tomar vino!-un poquito hace bien al corazón -nos decía y aquel querer quedar bien con los dos.
Ya enseguida la tia nunga servía la sopa caliente con fideos finitos y ahi encima de la mesa las fuentes del puchero que tenia de todo en piezas grandes, porque en aquel tiempo no se oía de que algo engordaba, se comía de todo y hasta llenarse.
Así que el sapallo de puchero con su pulpa gruesa, el boniato, las papas y los choclos eran una delicia, cada uno con su sabor especial, cosechados allí mismo.
La carne igual con su grasa correspondiente siempre sobraba para la noche y a la mañana siguiente si quedaba los hombres la comían con el mate amargo antes de ir a trabajar.
Como niños nos comíamos todo rápido y aun guardando los rituales acostumbrados de los almuerzos- no tocar la comida con la mano, no hacer ruidos al tomar la sopa, dejarse de risotadas y jaranas a esta hora- siempre terminábamos primero y nos queríamos ir a jugar, pero debíamos quedarnos un poco más en la sobremesa donde, vaso de vino por medio se charlaba de las cosas que a cada uno le sucedía. se hacían planes de trabajo y aprovechando también se pedía consejos al padre sobre las diversas cosas de sus vidas.
Aquella hora más que comer era un tiempo solemne y había que disfrutarlo.
De a poco se iban levantando " buen provecho" " gracias igualmente" asi las voces se iban apagando y todos hacia la sagrada y obligada siesta.
Maria Y. Rodriguez Corralejo