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BUSTILLO DEL PARAMO: Aunque muy de tarde en tarde, alguna vez había que...

Aunque muy de tarde en tarde, alguna vez había que hacer un viaje al centro comarcal más importante, por entonces partido judicial, para pertrecharse de lo más indispensable, porque a la aldea sólo llegaban, y también de tarde en tarde, el capador, el esquilador, rara vez el médico, alguna vez más el veterinario y hasta un buen día el chatarrero.
Había que preparar este viaje con esmero no sólo porque era algo desusado en el programa de cada día, sino porque era un día de trabajo que había que eliminar del calendario y, por lo general, el labrador no estaba para estos despilfarros.
Muy pronto por la mañana se sacaba la burra a la calle para que fuera haciéndose a la idea (si es que las burras son capaces de hacerse a la idea de algo) y se iban poniendo los arreos en el portal de tierra batida para que no faltara ningún detalle: la albarda con su baticola, la cabezada, el ramal, la cincha y hasta las alforjas para la compra, esas alforjas que, lo mismo que a Palencia sus mantas, tanto renombre dieron antaño a Villadiego, que hasta Cervantes le hizo coger a Sancho las famosas alforjas, "las de Villadiego", ponérselas a su jumento y continuar su camino desfaciendo entuertos junto a su señor don Quijote.
Cuando el gallo ya se había encaramado un par de veses a las bardas del corral --aunque solía hacerlo muy pronto por las mañanas-- para lanzar a los cuatro vientossu potente ki-ki-ri-ki desafiando a cualquier gallo de los alrededores, mi tío comenzaba a presionar para que todos estuviéramos preparados:
--Venga, Caporal --era el nombre con el que mi tío se dirigía a mí desde que había vuelto del frente, una vez acabada nuestra insensata guerra fratricida--, deja eso y espabílate, que hay un buen trozo de camino.
--Ya voy, tío, ya acabo de poner comida y bebida para hoy al colorín de la jaula.
--Vete a la cocina y coge del vasar un vaso de anillas que hay allí, limpiale bien con la rodea y traele, porque le necesitarás en el camino.
Al fin y al cabo el camino que había que hacer apenas superaba las dos leguas, pero coger la burra para hacerlo era como coger hoy en día el Ave, no para presentarse en un abrir y cerrar de ojos en el destino, sino para tomarlo como un día de asueto por el continuo contacto con la naturaleza.
Cuando ya hacía un buen rato que habíamos dejado atrás las dos cuesta que forman el valle donde está enclavada mi aldea y la protejen la una del cierzo y la otra del solano, mi tío se para en seco y entornando la cabeza hacia un lado como mirándome de reojo dice:
--Escucha, ¿o oyes los relinchidos de los caballos allá a lo lejos? Sí, de cerca de aquel otero de la derecha parece que llega el ruido: pues por allí va el camino de Villadiego y por allí pasaremos pronto.
Antes de cruzar un arroyuelo de aguas medio estyancadas, me dice mi tío:
--Ojo, ten cuidado para no resbalar cuando cruces ese regato porque el fondo está lleno de pecina; pero apenas había acabado la frase cuando, en el primer recodo del camino, a menos de un tiro de piedra, oimos algo que salía como en estampida:
-- ¡Ah, la rabona! --oí que gritaba mi tío-- si hubiera venido mejor preparado verías tú. Míratela, estaba encamada a la sombra de este cantueso.
-- ¿Qué rabona es esa? ¿No era una liebre?
Sí --terció mi abuelo--, pero cuando la liebra te sale así, tan ascape delante de ti, se te queda la cara de bobo y, mientras corre a todo cisco, sólo la ves por detrás, con el rabo blanco y cortito que sube y baja como haciéndote burla; por eso la llaman la rabona. (continuará) Chindasvinto
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Saludos Caporal

Yo también en 1959 me fui a Villadiego con mi madre para comprar una bicicleta con dinero de mi tía Carmen, que nos lo había mandado desde Madrid donde estaba trabajando. La bicicleta pesaba más que yo y era para ir a seleccionar patatas, como yo tenía 12 años lo que tenía que hacer era coger las tollas que arrancaban con el azadón los mayores y sacarlas a la linde.