He recorrido una vez más esos caminos del áspero páramo burgalés que no van a ninguna parte --en todo caso a las tierras de labranza-- para sentir de nuevo aquellas emociones que me invadían de pies a cabeza en mis años de juventud. He podido constatar que mi amor por esta tierra dura y áspera sigue tan fresco como el día que me enamoré de ella.
No era éste el mejor momento para disfrutar, a finales de septiembre, de toda su belleza, porque ahora, el color amarillento de la hierba de sus márgenes no contrastaba con el ocre polvoriento del camino. Pero eso no me importaba, porque allá lejos, en el horizonte, seguían juntándose con el cielo; sí, lo mismo que en primavera. Eso me ha convencido de que estas tierras austeras, surcadas por esos caminos interminables, me son tan queridas bajo el color pajizo de los rastrojos en otoño como al verlas repartir por doquier anémonas y chirivitas, ranúnculos y amapolas en primavera, y que las añoro tanto bajo los ardientes rayos del sol de agosto, como cuanto tienen que soportar los rigores del crudo invierno burgalés.
Yo intentaba alcanzar ese horizonte lejano como quien quiere descubrir lo que se oculta detrás de él, pero una y otra vez me encontraba con que lo que había detrás era camino y siempre camino. Esto me traía a la memoria aquellas palabras de Rosalía de Castro dichas --con tanto despecho-- de una tierra a quien creía responsable de la explotación de sus paisanos los gallegos: "nin arbres que che den sombra/nin sombra que preste alento.../llanura e sempre llanura/deserto e sempre deserto". No, Rosalía, no, esa extensa llanura de horízontes lejanos y ese desierto que se te antoja tan árido, austero y desangelado son las tierras que han forjado a generaciones de humildes pero recios castellanos y les han llenado de nostalgia (también los castellanos y las castellanas son capaces de sentir nostalgia) cuando se han visto obligados a abandonarlas. Quizá esa belleza austera les llevó a la convicción de que también existen otras bellezas más exuberantes, como la de las verdes colinas de tu Galicia natal, pero estoy seguro de que también comprendieron que el estar locamente enamorado de una tierra no pasa en modo alguno por el menosprecio de ninguna otra. Chindasvinto
No era éste el mejor momento para disfrutar, a finales de septiembre, de toda su belleza, porque ahora, el color amarillento de la hierba de sus márgenes no contrastaba con el ocre polvoriento del camino. Pero eso no me importaba, porque allá lejos, en el horizonte, seguían juntándose con el cielo; sí, lo mismo que en primavera. Eso me ha convencido de que estas tierras austeras, surcadas por esos caminos interminables, me son tan queridas bajo el color pajizo de los rastrojos en otoño como al verlas repartir por doquier anémonas y chirivitas, ranúnculos y amapolas en primavera, y que las añoro tanto bajo los ardientes rayos del sol de agosto, como cuanto tienen que soportar los rigores del crudo invierno burgalés.
Yo intentaba alcanzar ese horizonte lejano como quien quiere descubrir lo que se oculta detrás de él, pero una y otra vez me encontraba con que lo que había detrás era camino y siempre camino. Esto me traía a la memoria aquellas palabras de Rosalía de Castro dichas --con tanto despecho-- de una tierra a quien creía responsable de la explotación de sus paisanos los gallegos: "nin arbres que che den sombra/nin sombra que preste alento.../llanura e sempre llanura/deserto e sempre deserto". No, Rosalía, no, esa extensa llanura de horízontes lejanos y ese desierto que se te antoja tan árido, austero y desangelado son las tierras que han forjado a generaciones de humildes pero recios castellanos y les han llenado de nostalgia (también los castellanos y las castellanas son capaces de sentir nostalgia) cuando se han visto obligados a abandonarlas. Quizá esa belleza austera les llevó a la convicción de que también existen otras bellezas más exuberantes, como la de las verdes colinas de tu Galicia natal, pero estoy seguro de que también comprendieron que el estar locamente enamorado de una tierra no pasa en modo alguno por el menosprecio de ninguna otra. Chindasvinto