BUSTILLO DEL PARAMO: Buenas noches Chindasvinto: Precioso po que escribiste,...

Cuando llegaba la época de arar siempre me extrañó ver tantos artilugios para llevar a cabo esa faena laboriosa de preparar la tierra con el fin de que pudiera recibir de la mejor forma posible la simiente que habría que arrojar en ella cuando llegara la hora de la siembra.
Y la época de arar llegaba cuando, ya bien pasado el verano, comenzaban a verdeguear de nuevo los prados y aparecían en las eras esos corrillos de quitameriendas que indicaban a las claras que las tardes ya eran cortas y que la hora de la cena estaba próxima.
-- Mañana iremos a arar la tierra grande de la Hontanilla y no volveremos hasta el atardecer, así que habrá que llevar la comida, porque la Hontanilla está muy lejos y se perdería mucho tiempo en el camino --decía mi tío como exponiendo al conocimiento de todos el orden del día.
Yo había visto a mi tío arar la huerta y para ello utilizaba un arado muy sencillo: una especie de punta con dos orejas que se prolongaban hacia atrás; era el arado romano, el clásico que se utilizaba desde tiempo inmemorial; pero mi tío llevaba hoy un artilugio que, arrastrado por la yunta de vacas, lucía una brillante vertedera que quedaba como colgada en el aire y otra igual y simétrica a aquélla que casi se arrastraba por los suelos. ¡Vaya un aparato extraño que lleva hoy mi tío para arar --pensaba yo--, tengo ganas de ver cómo se ara con semejante cachivache!
La red de caminos (hablar de infraestructura me parece casi pretencioso) en una aldea como la mía era lo que menos se parecía a las antiguas calzadas romanas; allí, o no habían llegado los romanos, o habían preferido mantenerlo todo como lo habían dejado los visigodos; por eso había que ir sorteando charcos y barrizales para que a uno no le ocurriera lo que al pobre Alejandro, a decir de mi tío.
--Ojo, Caporal, no resbales y caigas de bruces al charco: apártate un poco porque tengo que pasar por ahí; éste es el barrizal donde a Alejandro se le quedó atollado el carro hace un mes y tuvo que abandonar la yunta de vacas para ir a pedir ayuda al pueblo.
Y no se equivocaba mi tío; aquello, visto desde cualquier ángulo, era un auténtico atolladero.
Llegados a la tierra grande de la Hontanilla, mi tío iba preparando a su ritmo lo que yo consideraba una especie de cachivache, pero resulta que era el mejor arado que se conocía por entonces, ya que sacaba la tierra del fondo y ponía al descubierto los minerales ocultos; sólo más tarde me enteraría de que esa forma de arar no siempre era la más conveniente ni para la tierra, ni para lo que se había de sembrar en ella.
--Tío --le preguntaba yo--, ¿por qué ese arado tiene una reja abajo y otra arriba? ¿No basta con una sola y así las vacas tendrían que trabajar menos?
--No, Caporal; primero, eso que tú llamas reja es una vertedera, que eso quiere decir, que vierte, vuelca o da la vuelta a lo que estaba abajo y lo pone arriba; aunque también la puedes llamar reja, siempre que añadas lo de vertedera. Segundo, si sólo tuviera una reja vertedera, al llegar al final de cada surco y dar la vuelta, esa reja vertedera echaría la tierra a la parte contraria que a la ida; por eso, si te has dado cuenta, cuando llego al final de un surco y las vacas dan la vuelta, yo también doy la vuelta al arado, poniendo abajo la la vertedera que estaba en el aire y al aire la que araba la tierra. Eso se llama un arado brabant y todos le llaman eso: el brabant.
--Hombre, si es por eso, ¿no sería más fácil que tuviera una sola reja, o una vertedera y que esa vertedera se pudiera dar la vuelta?
--Demontre, Caporal, yo te veía espabilado, pero nunca pensé que tuvieras madera de inventor. Sigue, sigue por ese camino que a lo mejor llegas lejos.
Llegada la tarde y con el viento fresco que ya se había levantado, volví adonde estaba mi tío arando, acompañado por el Lirio, que no se había separado de mi en toda la tarde. Al llegar donde él araba, veo que se encara conmigo y me dice:
--Oye, Caporal, ¿pero dónde has estado? ¡Tienes los pantalones chorreando! Anda, anda, arregázatelos lo que puedas, arrebújate bien en esa manta y espera unos minutos porque ya estoy terminando. Cuando lleguemos a casa lo primero que tu agüela te va a decir será: ¡ah, tunante, ya has estado metiéndote en los charcos!
Efectivamente, al llegar a casa, después de la regañina de mi abuela, oigo que me dice: ¡venga, cabeza de chorlito, arrempuja ese banquillo y arrímate a la lumbre; tenía que haberte arreado un buen lapo por bodoque, pero otro día te arrearé dos. Ahora voy a darte la merienda, aunque no sé si te la mereces; además, en este tiempo los chicos ya no comen merienda: a cenar pronto, el pelele y a la cama.
Al llegar mi abuela con la merienda ve que estoy soplándome el antebrazo y que hago un amago de ocultarlo al llegar ella: Se dirige derecha a mí y me pregunta con cara de pocos amigos:
--A ver, ¿qué es eso que tienes en el brazo?
--Es que me hay hecho unos rasponazos con unas zarzas y ahora me están turrando.
--Lo que te va a turrar va a ser el culo, de las azotes que te voy a dar, so tunante, so bribón. A ti, cuando te da la venada, eres capaz de ponerlo todo patas arriba. No toques esos arañazos hasta que se te haga bien la postilla, porque si lo tocas y se te encona la herida, tendremos que llevarte a Villadiego y a lo mejor tendrían que cortarte un brazo. ¡No habrás roto también el pantalón!
--No, agüela, no se puede llamar roto, es sólo un aujero muy pequeño por donde no cabe ni el puño.
Éste era el final de una jornada de arados y aventuras inocentes que terminaba metiéndole a uno el miedo en el cuerpo (continuerá). Chindasvinto

Buenas noches Chindasvinto: Precioso po que escribiste, y esas palabras que yo ya tenia en un riconcito, y tu me las recordaste, gracias, eres estupendo. Que suerte tu conociste a tu abuela, yo no tube esa suerte,
Disfrute leyendote.
Feliz noche y un bonito domingo te deseo
Un abrazooooooooooooooooooooooooo