ROMANCE DEL CASTILLO DE LAS CUEVAS
Allá do Vieja Castilla
tuvo su cuna y raíz
y alumbró muchos castillos
por buen nombre recibir,
en tierra de Merindades,
de Cuesta Urria, ya es decir,
hay un castillo famoso,
y esbelto, cabe añadir.
Cebolleros, que es mi pueblo,
ha poco lo vio surgir
sobre misteriosas cuevas
en parte por descubrir,
al pie de empinado monte
que lo ampara cual fortín
y le sirve de atalaya
para ver y prevenir.
Su hacedor es conocido
y se llama Serafín.
Desde arriba de la Tesla
vigila un castillo afín:
es el de Montealegre,
que a la edad se va a rendir,
cansado por tantos años
de velar y resistir;
en inaccesible cumbre
aguarda a su fiel delfín,
que se asoma en la distancia
ansioso por acudir.
Sus dominios todos cede
al pujante paladín,
bien llamado de Las Cuevas,
nombre grato de asumir,
el de aquellas que él cobija,
y le alientan a salir.
Ya aparece en lontananza
con su ímpetu juvenil,
presto a tomar el relevo
por ser el nuevo adalid
de las nobles Merindades,
a las que se honra servir.
Postrer castillo en Castilla
muestra su altivo perfil:
cuenta torres almenadas,
compuestas de piedras mil,
como aquellos del pasado
que surgían por ahí,
cuando otros eran los tiempos
y había presencia hostil,
y más ancha era Castilla,
y ya campeaba el Cid
con sus aguerridas huestes
dispuestas a dura lid.
No hay mesnadas al acecho
ni enemigo en el confín;
sólo viajeros curiosos
aventúranse a subir
hasta aquella fortaleza
que cautiva su sentir.
No dan crédito los ojos
a lo que ven ante sí:
un castillo bien alzado,
de cimientos hasta el fin,
con ocres cantos rodados
del Nela, el río de allí.
“Es Castilla que renace
donde echó inicial raíz,
y el castillo, viva imagen
de un ayer duro, y feliz.
Son sus piedras episodios
de incesante combatir
contra extraños invasores,
frente a rivales de aquí;
esos cantos, que rodaron
con arrojo y sin ardid
por campos de mil batallas,
batiendo sin sucumbir,
velan hoy todos unidos,
en descanso tras la lid,
cual celosos centinelas
atentos a proseguir.
Y sus coronadas torres,
noble empeño en convivir,
son aquellos viejos reinos
que un día acordaron ir,
con sus pueblos y su historia,
juntos hacia el porvenir”.
Así piensan, y enaltecen
al más osado albañil
de todos los conocidos
en el ya largo vivir:
“Loado seas por siempre,
laborioso Serafín,
que nos diste el buen ejemplo
de luchar sin desistir
y nos dejaste ofrecido
renacer y resurgir.
Bien cumplido está tu sueño,
otros lo han llevado a fin.
Gloria y fama has conquistado,
acá tu obra habla por ti.
Más allá de las estrellas
puedes ya velar feliz,
arriba, en otras almenas,
que trazaste tú al partir
y coronan el castillo
que encontraste alzado allí ”.
< José Luis Martínez González
> A Serafín Villarán, que supo evocar el pasado glorioso de esta vieja y noble tierra castellana con una obra sin par, su castillo; inasequible al desaliento y perseverante en su ilusionado empeño, sólo interrumpido por el viaje al más allá, cuando estaba próximo a ver concluida una singular fantasía, hecha al fin realidad. Hago homenaje al hombre emprendedor y creador de sueños que tan bien supo plasmar; y al nombre Serafín, al que los versos rimados, en animado juego, le ofrecen asonancia, como queriendo rendir sonora pleitesía a la palabra que lo menciona, la más noble de todas las que cantan al protagonista del romance, el castillo de Las Cuevas. < JLMG / 06-09-2008
Allá do Vieja Castilla
tuvo su cuna y raíz
y alumbró muchos castillos
por buen nombre recibir,
en tierra de Merindades,
de Cuesta Urria, ya es decir,
hay un castillo famoso,
y esbelto, cabe añadir.
Cebolleros, que es mi pueblo,
ha poco lo vio surgir
sobre misteriosas cuevas
en parte por descubrir,
al pie de empinado monte
que lo ampara cual fortín
y le sirve de atalaya
para ver y prevenir.
Su hacedor es conocido
y se llama Serafín.
Desde arriba de la Tesla
vigila un castillo afín:
es el de Montealegre,
que a la edad se va a rendir,
cansado por tantos años
de velar y resistir;
en inaccesible cumbre
aguarda a su fiel delfín,
que se asoma en la distancia
ansioso por acudir.
Sus dominios todos cede
al pujante paladín,
bien llamado de Las Cuevas,
nombre grato de asumir,
el de aquellas que él cobija,
y le alientan a salir.
Ya aparece en lontananza
con su ímpetu juvenil,
presto a tomar el relevo
por ser el nuevo adalid
de las nobles Merindades,
a las que se honra servir.
Postrer castillo en Castilla
muestra su altivo perfil:
cuenta torres almenadas,
compuestas de piedras mil,
como aquellos del pasado
que surgían por ahí,
cuando otros eran los tiempos
y había presencia hostil,
y más ancha era Castilla,
y ya campeaba el Cid
con sus aguerridas huestes
dispuestas a dura lid.
No hay mesnadas al acecho
ni enemigo en el confín;
sólo viajeros curiosos
aventúranse a subir
hasta aquella fortaleza
que cautiva su sentir.
No dan crédito los ojos
a lo que ven ante sí:
un castillo bien alzado,
de cimientos hasta el fin,
con ocres cantos rodados
del Nela, el río de allí.
“Es Castilla que renace
donde echó inicial raíz,
y el castillo, viva imagen
de un ayer duro, y feliz.
Son sus piedras episodios
de incesante combatir
contra extraños invasores,
frente a rivales de aquí;
esos cantos, que rodaron
con arrojo y sin ardid
por campos de mil batallas,
batiendo sin sucumbir,
velan hoy todos unidos,
en descanso tras la lid,
cual celosos centinelas
atentos a proseguir.
Y sus coronadas torres,
noble empeño en convivir,
son aquellos viejos reinos
que un día acordaron ir,
con sus pueblos y su historia,
juntos hacia el porvenir”.
Así piensan, y enaltecen
al más osado albañil
de todos los conocidos
en el ya largo vivir:
“Loado seas por siempre,
laborioso Serafín,
que nos diste el buen ejemplo
de luchar sin desistir
y nos dejaste ofrecido
renacer y resurgir.
Bien cumplido está tu sueño,
otros lo han llevado a fin.
Gloria y fama has conquistado,
acá tu obra habla por ti.
Más allá de las estrellas
puedes ya velar feliz,
arriba, en otras almenas,
que trazaste tú al partir
y coronan el castillo
que encontraste alzado allí ”.
< José Luis Martínez González
> A Serafín Villarán, que supo evocar el pasado glorioso de esta vieja y noble tierra castellana con una obra sin par, su castillo; inasequible al desaliento y perseverante en su ilusionado empeño, sólo interrumpido por el viaje al más allá, cuando estaba próximo a ver concluida una singular fantasía, hecha al fin realidad. Hago homenaje al hombre emprendedor y creador de sueños que tan bien supo plasmar; y al nombre Serafín, al que los versos rimados, en animado juego, le ofrecen asonancia, como queriendo rendir sonora pleitesía a la palabra que lo menciona, la más noble de todas las que cantan al protagonista del romance, el castillo de Las Cuevas. < JLMG / 06-09-2008