Entrada a la
cueva de Prado Vargas, complejo kárstico de Ojo de Guareña. Cuando se empezó la excavación en 2016
Entrada a la cueva de Prado Vargas, complejo kárstico de Ojo de Guareña. En la actualidad.
El yacimiento de Prado Vargas se encuentra en la Merindad de Sotoscueva, formando parte de Ojo Guareña, uno de los complejos kársticos más espectaculares de Europa, en donde se abre esta cavidad llamada Prado Vargas.
Se trata de una surgencia hoy fósil, que cierra un prado de fuerte pendiente que se desliza hasta el
río Trema.
Un lugar donde sus
valles, praderas, bosques, abrigos y
cuevas han sido testigos de cómo los primeros Homo sapiens pintaron sus paredes, de cómo los indómitos cántabros se defendieron de los ataques
romanos o cómo se gestaron esas comunidades de aldea que dieron origen al Condado de Castilla.
Pero mucho antes, hace 46.000 años, en esta cueva del
pueblo de
Cornejo, un grupo de neandertales vivía en los más de 200 m2 que recorren la cavidad. Los cazadores llevaban hasta la cueva corzos, ciervos,
cabras,
caballos y algún conejo que habían conseguido. Otros miembros del grupo recogían sílex y cuarcita de los alrededores, así como grandes cantos del río Trema. Y todos juntos alrededor de un hogar asaban, comían, fabricaban herramientas, curtían pieles, mientras los niños aprendían las tareas y jugaban. Incluso su curiosidad hizo que algún miembro del grupo recogiera fósiles de la zona y los llevara a Prado Vargas. Hoy sabemos que durante miles de años grupos de neandertales habitaron toda la comarca. Muchas generaciones con un acervo cultural común tenían en esta cueva su residencia.
Y todo esto comenzó en 1986, gracias a que Trino
Torres abrió una pequeña cata en este lugar en busca de restos de oso y se encontró con las primeras herramientas fabricadas por neandertales. La tozudez e ilusión de varios investigadores ha hecho que 30 años después se volviera a excavar convirtiéndola en un punto clave para estudiar la organización socioeconómica de estos neandertales a medio
camino entre las
playas de cantábrico y la meseta castellana.
Cuando llegamos, una pequeña
puerta daba acceso -en cuclillas- a la zona de trabajo. La campaña de 2016 fue la primera de este proyecto de investigación que sigue ininterrumpidamente desde entonces. Esta campaña bastó para confirmar que el registro era de una calidad impresionante y que debíamos abrir la excavación en extensión para conocer qué actividades y dónde se realizaron en la cueva.
¿Cómo organizaban el espacio estos últimos neandertales de la meseta?
Una pequeña cantera de estudiantes y muchas ganas y…. manos a la obra, abrimos la entrada original. 2017 fue un año clave para el proyecto. En el mes de junio se abrió la entrada original, la misma por la que pasearon los últimos grupos neandertales. 60 camiones de tierra se retiraron haciendo una gran plataforma en la entrada gracias al apoyo incondicional de Beni, dueño del prado, Josetxu, a la cabeza del
ayuntamiento de la Merindad, y Luirra alcalde de Cornejo, quienes desde un principio apostaron por nosotros.
Abierta la entrada y con una extensión de más de 100 m2 para trabajar, todavía quedaban interrogantes. ¿Quedaban niveles con restos arqueológicos debajo de la nueva superficie de excavación? ¿Se conservarían restos de hogares? ¿Y restos humanos? Hicimos un sondeo mecánico y comprobamos que debajo del Nivel 4 que se excava en la actualidad (el primer nivel y más moderno con ocupaciones neandertales), hay varios metros más de sedimento hasta llegar a la
roca madre, con niveles arqueológicos más antiguos
Cuatro campañas de excavación y multitud de fines de semana invernales preparando la zona de trabajo han dado sus
frutos. Se han recuperado más de 4.000 restos entre herramientas y fósiles de animales que el
joven equipo ha ido estudiando para hacer sus trabajos fin de carrera, de máster y ahora tesis doctorales. Pero Prado Vargas aún nos guardaba sorpresas, que nos brindó la campaña de 2019, un diente de un niño o niña neandertal y una estructura de combustión. Un molar de leche de una niña/o neandertal de unos ocho años que se le cayó allí, junto al fuego que la calentaba y a los restos de
comida y herramientas. Una instantánea de hace 46.000 años que no olvidaremos los que tuvimos la suerte de viajar al pasado
Encontrar un resto tan pequeño como una chincheta demuestra la minuciosidad con la que trabajan Claudia, la arqueóloga del hallazgo, como el resto de sus compañeros. El diente, fue bautizado con el nombre de Vera en honor a la nieta de Beni a la que hemos visto crecer desde nuestra llegada.
¿Y ahora? Nos preguntan. Ahora a seguir trabajando, desentrañando las historias de la vida cotidiana de Vera y su
familia. Y ahora ya no estamos solos. Están todos los
amigos de
Quisicedo,
Quintanilla del Rebollar y Cornejo, ya que no es nuestro proyecto sino de toda la Merindad.