KRISTINA, LA PRINCESA NORUEGA DE
COVARRUBIAS
La
historia que vamos a contar posee todos los ingredientes de una leyenda
medieval, pero sus protagonistas fueron de carne y hueso. Todo comenzó hace más de 750 años, a mediados del siglo XIII, cuando una rubia y bella —las crónicas de la época confirman estos supuestos— princesa noruega, Kristina Haakonson, hija del rey Haakon IV el Viejo, abandonó su patria vikinga para viajar hasta la lejana Castilla. Su destino era casarse con uno de los hermanos del rey Alfonso X el Sabio y así reforzar las estratégicas alianzas de estos dos alejados reinos europeos.
Tras el largo y dificultoso periplo que la llevó a cruzar el continente de punta a punta, la princesa Kristina entró en Castilla en la
Navidad de 1257. En
Burgos estuvo hospedada en el
monasterio de Las Huelgas Reales, del que era abadesa una tía de su futuro esposo.
Pocos días después y ya en
Valladolid, fue presentada a la
familia real castellana. El rey Alfonso tuvo un gesto galante con la
joven princesa y dejó que fuese ella la que eligiera marido entre sus tres hermanos casaderos. El afortunado fue el infante Felipe, que ante la esbelta figura de la joven noruega, no dudó ni un solo instante en renunciar a su prometedora carrera eclesiástica y a su futuro como arzobispo de
Sevilla.
La pareja se trasladó a vivir a Sevilla, que acababa de ser conquistada por los cristianos. Kristina enfermó de melancolía añorando su lejana y fría tierra natal y murió a los cuatro años. Su última voluntad fue construir un templo en honor de
San Olav, patrón de los noruegos.
El deseo de la princesa estuvo a punto de olvidarse para siempre, pero más de siete siglos después, en el
otoño de 2011, se inauguró una
capilla bajo la advocación del
santo nórdico, en las inmediaciones de Covarrubias. La elección del lugar no fue casual ya que Kristina de Noruega está enterrada en esta villa burgalesa, en concreto en la
colegiata de la que había sido abad su marido, el infante Felipe.