Atravesamos ahora un frondoso encinar y notamos que la temperatura de 30 grados del comienzo va descendiendo, como lo hace la ruta, a medida que nos acercamos a la Dolina de Palomera entre un bosque repleto de líquenes. Hemos llegado a las
puertas del yacimiento. “Vamos a entrar en una zona activa. Los meses de
invierno por aquí puede circular el
agua”, explica Alberto Gómez a medida que nos internamos en la cavidad. “No hay ningún peligro”, recalca.