Era el atajo que los habitantes de este lugar usaban, frecuentemente, para ir al
mercado y
ferias de Villadiego.
En la década de los años 20 del pasado siglo una tarde de crudo
invierno regresaban algunos. Habiendo ya pasado el portillo era tal la
tormenta de cellisca que les impidió reconocer el
camino del
pueblo a pocos centenares de metros de la
casa propia.
Derrotados por sentirse perdidos y los remolinos de tan gélido viento perecieron en la
noche.
Se salvó uno porque se topó, en la obscuridad
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