Amaya (Amaia, en vascuence es “el final”, “el límite”). La Peña Amaya constituye una frontera natural porque a partir de ella hacia el sur comienza la gran llanura aluvial que conocemos como comarca Odra-Pisuerga. Por lo tanto, esta mesa, pequeña lora, separa dos mundos: el del Norte, de gran austeridad, rocoso, poco permisivo con el ser humano, y el del Sur, que aunque histórica y climáticamente está afectado por esa prodigiosa
naturaleza de Amaya, tiene otra forma de vida con muchas diferencias históricas, productivas, en utensilios (se imponen las caballerías frente a los bovinos en las labores de
campo) en potenciales colonizadores, en relaciones con los invasores:
romanos primero, visigodos después y musulmanes por último. Los vecinos de estas tierras guardaban una especie de admiración legendaria por ella si bien, como en tantas otras cosas, no habían conservado detalle alguno en que fundar ese orgullo; simplemente era una especie de ensoñación transmitida generación tras generación. En la década de los cincuenta del siglo XX se hizo muy notoria por el famoso Elicio Rojo (en algunas zonas –concretamente en el Tozo- decían “Elicio El Rojo”). --Desiderio Fernández Manjón--