EL TOZO
He vaciado todo mi antojo en irme allá donde la loma y el
valle —tortura y miseria— hacen mansión. Las sabrosas parameras de los alrededores de mi ciudad no auguran, a pesar suyo, nada antojadizo a esos sentidos nobles de la vista o el oído. Es, para el viajero, coma una cédula o "un pasaporte desprovisto de promesas. Hace, para colmo, frío al Norte y la vegetación bien enseña al caminante la huella de un
otoño sempiterno. Me sumerjo, no sé si a la deriva del deseo o movido por una indómita pasión de torturarme, en la intrigante
carretera de Campoo. Llanuras retorcidas, cuestas camufladas, puertecillos de juguete y aquí y allá algún que otro
árbol tan fuera de sitio como lleno de sentido Hace frío, sólo frío, porque ni siquiera el monótono
color-castilla doblega al cuerpo a otras sensaciones...
En el
camino hay una aduana natural, una pétrea frontera barroca. Sin duda es lo mejor del camino: atenta a los sentidos y abre cortinas a la imaginación ya cansada de nada imaginar. Levemente, suavemente, ansiosamente el viajero curiosea en este bienvenido laberinto. Un riachuelo, muchas
piedras, una aliaga y allá al fondo otra curva, quizás la última de este sorprendente
rincón.
De la tierra a
la piedra, de, lo pardo a lo rojizo, de la loma al valle; aquí comienza el Tozo. Mi valle del Tozo. Mi querido y recalcitrante y engañoso Tozo.
Los etimologistas se devanan la cabeza por averiguar algún responsable de tamaño nombre y sólo después de muchos vacilantes tanteos se aventuran a admitirle un lejano y mal conocido parentesco con esa indefinida
familia llamada prerromana. Quizás sea «mata» o «cepa de árbol» —dicen— la más genuina resonancia de este nombre. Lo cierto es que hoy es una palabra puramente denominativa. Sólo para los nacidos en, el valle, el Tozo significa más.
El Tozo, por encima de su silueta geográfica de veinte a treinta kilómetros de espinazo por dos o tres de costado, cuenta con algo más: cuenta con sus gentes. Es un territorio sellado, definido peculiar. De alguna manera, sus gentes están marcadas por el valle. Son gentes del malsonante Tozo y del Úrbel allí estrenado. Las lomas con asomos de
montaña de uno y otro lado del Valle cierran herméticamente a estos
pueblos. La carretera hace de
columna vertebral, retorcida y huraña como sus gentes. Él
río con nombre tan eufórico como misterioso, Úrbel acaso explique esta curiosa etnocracia. Es un río francamente falso adula en
verano con sus ricos crustáceos escondidos en las
aguas siempre frescas y en las libidinosas berrañas, pero es cruel en el
invierno y en el otoño y en la
primavera. El minúsculo, pero diabólicamente
gigante en las
estaciones prometedoras del Valle. Las gentes, mis gentes lo saben y sin embargo quieren al Úrbel, miman al Úrbel, como miman a sus terruños de escarpada miseria, como miman a sus bestias, dóciles, pero descaradamente parasitas...
Hoy he vuelto o mi
pueblo, a mi valle del Tozo. Hoy he vuelto a observar a mi río, a mis gentes, a mis lomas y
senderos. Hoy he vuelto a aquel rincón. Sin
historia, pero histórico de esta Castilla de siempre que muriendo nunca muere.
* Hemeroteca del Diario de
Burgos. Año 1977 por Juan José PEREZ SOLANA