Una leyenda nórdica en mitad del Tozo
H. Jiménez / Fuente Úrbel - domingo, 13 de julio de 2014
La forja de una espada ante un ave que defeca, recogida en el más llamativo de los singulares capiteles de Santa María de Fuente Úrbel, remite a la saga de Thidrek, un mito que nació en el norte de Europa durante la Edad Media
Fuente Úrbel está en una tierra de transición. No es la llanura castellana, pero tampoco la montaña cantábrica. Padece los vientos del norte que azotan los páramos del noroeste burgalés y es una zona dura y poco poblada. Allí, en medio de la comarca del Tozo, la magia del románico vuelve a aparecerse con su ilimitada capacidad de sorpresa. Iconografías misteriosas, imágenes evocadoras sacadas del fondo de los tiempos, mensajes cifrados que han llegado desde el siglo XII hasta nuestros días. Y ocho siglos después, preguntas que aún no tienen una respuesta cerrada.
Los canteros de la iglesia de Santa María imprimieron a su obra un estilo similar al que se observa en otros templos del entorno (La Piedra, Boada de Villadiego o la ermita de Sotresgudo) y pertenecieron a un taller cuya influencia se extendió, nadie sabe si de norte a sur o de sur a norte, hacia el Valle de Mena, Álava o Cantabria.
No fueron de talla fina. No eran los incuestionables maestros de Silos y, a la hora de plasmar escenas en capiteles o canecillos carecían de la delicadeza que sí demostraron otros colegas al reproducir los detalles o guardar las proporciones. Pero eran originales.
Los temas que recogieron no eran los típicos y tópicos de su tiempo. Introdujeron elementos desconcertantes e insinuaron tener conocimientos más allá de la cultura imperante. Tanto como para plasmar en la comarca burgalesa del Tozo una escena inspirada en la mitología nórdica.
El profesor Pedro Luis Huerta, del centro de estudios del románico de la Fundación Santa María la Real, publicó en 2004 un estudio que apenas ha tenido difusión desde entonces en el que se vincula un capital de Fuente Úrbel con la saga de Thidrek, leyenda del norte de Europa.
En el libro ‘Los protagonistas de la obra románica’ Huerta se fija en esta escena en la que un personaje sedente «sostiene con unas tenazas un objeto sobre el que golpea un herrero con su martillo, mientras una enorme ave come de él y defeca en una especie de caldero». Solo su descripción ya resulta desconcertante.
Durante un tiempo el historiador no supo cómo interpretarla hasta que conoció el relato de Thidrek, donde un héroe llamado Wieland forja una espada pero al no estar contento con el resultado la pulveriza, la mezcla con harina y se la da de comer a tres aves a las que había mantenido en ayunas durante tres días.
Wieland, siempre según la leyenda, recogió los excrementos de aquellos animales, los fundió y con el hierro libre de escoria que extrajo forjó una segunda espada, más ligera y de mejor filo. Y eso es lo que parece recoger con exactitud el capitel románico de la pequeña iglesia burgalesa.
¿Cómo es posible que alguien en aquella época, con enormes dificultades de comunicación y transporte, conociera en el sur de Europa una saga nórdica y se interesara por ella hasta el punto de reproducirla? ¿Quizás algún peregrino llegado a través del Camino de Santiago, por alguna ruta alternativa al Camino Francés? Huerta no tiene una explicación concreta, pero en el mismo libro apunta a otro ejemplo de Sangüesa (Navarra) como otra evocación escandinava o germánica, también con herreros de por medio, en una latitud similar a la de Burgos.
El oficio de quienes templaban el acero llegó a ser especialmente prestigioso durante la Edad Media. Eran, al fin y al cabo, quienes forjaban las armas tan necesarias para los convulsos tiempos de entonces y la tradición del norte de Europa hizo de ellos poco menos que seres sagrados dotados de poderes extraordinarios.
El historiador de la Fundación Santa María la Real explica que tiempo después de la publicación de su artículo, y gracias a un químico que asistió a una de sus charlas, supo que la leyenda de Wieland tiene base científica. Los carbonos y nitratos de los excrementos serían capaces de endurecer el acero, así que es posible que (más allá de lo que cuenta la saga nórdica) aquella práctica fuera conocida por los herreros medievales. Lo que ya no cuadra tanto es qué hace esa escena en el hemiciclo de la iglesia, en un lugar tan destacado de un templo cristiano a las puertas de la meseta castellana.
En Santa María de Fuente Úrbel hay otras figuras curiosas. En el interior, en torno al altar, unas pequeñas cabecitas, quizás antropomorfas o quizás de animales, se tapan con lo que parece una manta. A pocos metros de ellas otro capitel recoge la escena de un caballero atacando a un gran animal, en lo que suele interpretarse como la lucha del bien contra el mal. Ysin salir del ábside hay arpías y leones. En los canecillos del exterior encontramos dos fieras atacando a una pieza, una sirena, la figura de un lector tapándose los ojos o un rostro arrugado y de una expresión desconcertante que, o bien lleva un turbante de evocaciones musulmanas, o bien acaba de quitarse la venda de su rostro.
Tanto misterio ha llamado la atención del Círculo Románico, un colectivo de amantes y estudiosos de esta cultura, quienes en su página web desarrollan un amplísimo artículo en el que defienden la presencia de símbolos celtas entre los capitales de Fuente Úrbel y el sincretismo entre las religiones irlandesa y cristiana, algo con lo que sin embargo los expertos de Santa María la Real no coinciden.
H. Jiménez / Fuente Úrbel - domingo, 13 de julio de 2014
La forja de una espada ante un ave que defeca, recogida en el más llamativo de los singulares capiteles de Santa María de Fuente Úrbel, remite a la saga de Thidrek, un mito que nació en el norte de Europa durante la Edad Media
Fuente Úrbel está en una tierra de transición. No es la llanura castellana, pero tampoco la montaña cantábrica. Padece los vientos del norte que azotan los páramos del noroeste burgalés y es una zona dura y poco poblada. Allí, en medio de la comarca del Tozo, la magia del románico vuelve a aparecerse con su ilimitada capacidad de sorpresa. Iconografías misteriosas, imágenes evocadoras sacadas del fondo de los tiempos, mensajes cifrados que han llegado desde el siglo XII hasta nuestros días. Y ocho siglos después, preguntas que aún no tienen una respuesta cerrada.
Los canteros de la iglesia de Santa María imprimieron a su obra un estilo similar al que se observa en otros templos del entorno (La Piedra, Boada de Villadiego o la ermita de Sotresgudo) y pertenecieron a un taller cuya influencia se extendió, nadie sabe si de norte a sur o de sur a norte, hacia el Valle de Mena, Álava o Cantabria.
No fueron de talla fina. No eran los incuestionables maestros de Silos y, a la hora de plasmar escenas en capiteles o canecillos carecían de la delicadeza que sí demostraron otros colegas al reproducir los detalles o guardar las proporciones. Pero eran originales.
Los temas que recogieron no eran los típicos y tópicos de su tiempo. Introdujeron elementos desconcertantes e insinuaron tener conocimientos más allá de la cultura imperante. Tanto como para plasmar en la comarca burgalesa del Tozo una escena inspirada en la mitología nórdica.
El profesor Pedro Luis Huerta, del centro de estudios del románico de la Fundación Santa María la Real, publicó en 2004 un estudio que apenas ha tenido difusión desde entonces en el que se vincula un capital de Fuente Úrbel con la saga de Thidrek, leyenda del norte de Europa.
En el libro ‘Los protagonistas de la obra románica’ Huerta se fija en esta escena en la que un personaje sedente «sostiene con unas tenazas un objeto sobre el que golpea un herrero con su martillo, mientras una enorme ave come de él y defeca en una especie de caldero». Solo su descripción ya resulta desconcertante.
Durante un tiempo el historiador no supo cómo interpretarla hasta que conoció el relato de Thidrek, donde un héroe llamado Wieland forja una espada pero al no estar contento con el resultado la pulveriza, la mezcla con harina y se la da de comer a tres aves a las que había mantenido en ayunas durante tres días.
Wieland, siempre según la leyenda, recogió los excrementos de aquellos animales, los fundió y con el hierro libre de escoria que extrajo forjó una segunda espada, más ligera y de mejor filo. Y eso es lo que parece recoger con exactitud el capitel románico de la pequeña iglesia burgalesa.
¿Cómo es posible que alguien en aquella época, con enormes dificultades de comunicación y transporte, conociera en el sur de Europa una saga nórdica y se interesara por ella hasta el punto de reproducirla? ¿Quizás algún peregrino llegado a través del Camino de Santiago, por alguna ruta alternativa al Camino Francés? Huerta no tiene una explicación concreta, pero en el mismo libro apunta a otro ejemplo de Sangüesa (Navarra) como otra evocación escandinava o germánica, también con herreros de por medio, en una latitud similar a la de Burgos.
El oficio de quienes templaban el acero llegó a ser especialmente prestigioso durante la Edad Media. Eran, al fin y al cabo, quienes forjaban las armas tan necesarias para los convulsos tiempos de entonces y la tradición del norte de Europa hizo de ellos poco menos que seres sagrados dotados de poderes extraordinarios.
El historiador de la Fundación Santa María la Real explica que tiempo después de la publicación de su artículo, y gracias a un químico que asistió a una de sus charlas, supo que la leyenda de Wieland tiene base científica. Los carbonos y nitratos de los excrementos serían capaces de endurecer el acero, así que es posible que (más allá de lo que cuenta la saga nórdica) aquella práctica fuera conocida por los herreros medievales. Lo que ya no cuadra tanto es qué hace esa escena en el hemiciclo de la iglesia, en un lugar tan destacado de un templo cristiano a las puertas de la meseta castellana.
En Santa María de Fuente Úrbel hay otras figuras curiosas. En el interior, en torno al altar, unas pequeñas cabecitas, quizás antropomorfas o quizás de animales, se tapan con lo que parece una manta. A pocos metros de ellas otro capitel recoge la escena de un caballero atacando a un gran animal, en lo que suele interpretarse como la lucha del bien contra el mal. Ysin salir del ábside hay arpías y leones. En los canecillos del exterior encontramos dos fieras atacando a una pieza, una sirena, la figura de un lector tapándose los ojos o un rostro arrugado y de una expresión desconcertante que, o bien lleva un turbante de evocaciones musulmanas, o bien acaba de quitarse la venda de su rostro.
Tanto misterio ha llamado la atención del Círculo Románico, un colectivo de amantes y estudiosos de esta cultura, quienes en su página web desarrollan un amplísimo artículo en el que defienden la presencia de símbolos celtas entre los capitales de Fuente Úrbel y el sincretismo entre las religiones irlandesa y cristiana, algo con lo que sin embargo los expertos de Santa María la Real no coinciden.