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EL URBEL Y EL RUDRON
(DE PROFESION, CANGREJEROS)
Nace el uno y el otro a un par de leguas de distancia en sendos manantiales Idílicos. El uno se recrea en el pueblo que lleva su nombre, Fuente-Úrbel (Fontúrbel), y el otro, se precipita con gozo por las hondonadas de Hoyos. Lomo por medio, inmensa joroba lóbrega y lobezna que dicen Berezosa, cada cual sigue su cauce. Y con qué mimo y aplomo.
Por allá arriba, donde sus aguas salen a la luz de los Tozos y Las Loras, tienen los dos friuras de deleite. Y colores de cristal. Un amiguillo mío, más poeta que otra cosa, dice que por allí esbozan ya el jardín de las delicias. Y a propósito de delicias me ensarta una retahíla de poderosos dones que, pródigos y puntuales, le ofrecen cada año estos sus mimados y mimosos ríos. En los otoños e inviernos duros y largos, truchas y berros. Berros que saben a cielo ya sea al azúcar, ya sea al vinagre. En las primaveras dulzonas, pececitos. Cuando mi amigo suelta las vacas, y la vacada pasa el río, ya sabe él si los peces frezan o no. Cuando hay calima frezan seguro y con una saca que él tiene para estos menesteres repite en estos ríos el milagro del Tiberíades. Fritos con tocino saben a gloria. Epicúreo y celeste que es mi amigo... Pero lo es más que nunca en verano. En verano se le resucitan todas las mañas y arma «sanquintines» fluviales en estos sus pagos. El cangrejo a mi amigo le trae loco perdido y él sabe a ciencia cierta que en esta especie crustácea es casi rey. Y para colmo que tiene en su reino los dos ríos más golosos del cangrejo. El, de entrada, le advierte al viajero: «El cangrejo del Rudrón es más negro, más abundante, aunque suele estar más flaco y ser un poco soso; el del Úrbel roba paladares, levanta fiebre cuando se pone el sol y sale el cierzo y si está el día de salir «patazas», la felicidad no tiene límites». Claro que todo requiere su arte. Digamos por de pronto que mi amigo tiene un plano mental de geografías y horarios, de días de bochorno y encapotados, de los de tormenta y de los de viento Sur, y según sea el santo seña prepara el adobo y el retel, escoge el lugar o espera paciente a las horas de la buena baza. Para que falle mi amigo tienen que variar y mucho los signos del zodíaco. Desde niño ha ensayado con toda clase de cebos, desde el inocentón pan a secas pasando por el pajarito, el cacho, el barbo, la patata frita el hígado de buey la tripa de oveja y el pestilente queso de cabra, hasta llegar a los superrefinolis y asquerosos, aunque eficaces, anillos de lombriz a la vinagre. El mismo le ha mostrado al viajero unas como bolsas de tela con agujeritos minúsculos cargadas de lombriz y pan en forma de masa. «Esto nunca puede fallar y añade pero no lo mencione Vd., porque acaso esté prohibido» El viajero sabe muy bien que a este enfebrecido pescador lo de las prohibiciones nunca le han quitado el sueño entre otras cosas, porque el río es suyo —como muy bien dice— y que si pide silencio es porque las artes buenas requieren secreto. De lo que no le importa hablar y que se sepa a los cuatro vientos es de lo que él llama «código del pescador». Él ha presenciado tantas y tantas «burradas» en sus mimados ríos que salta de rabia cuando recuerda... «Aquí, en este pozo hace un par de años tiraron carburo» «Los granujas del río pescan en mayo o antes a mano destrozando cuevas y millones de crías» «El molinero que había allá arriba, el de Rasgabragas, hizo cientos de, «cangrejicidios» cerrándole al río las tolbas de la vida» Y sigue con relatos escalofriantes que quemarían la cara a más de un lector... Pero mi amigo que es bueno por naturaleza y gracia prefiere servir de ayuda a los buenos devotos de sus mimados ríos. Y empieza su sermón de la pesca por el aparejo «Que los reteles sean hondos y en buen uso, con cuerda larga y sin nudos. Nada de plásticos que suelen ser vengativos. El cebo debe estar bien sujeto y no debe haber miseria en este asunto. Los cangrejos como todo bicho viviente prefieren los buenos gustos y los platos bien aderezados.
Y viene con los horarios. Por las tardes, los pozos suelen ser buenos sesteros para el cangrejo. A la puesta del sol cambio de cebe y traslado de lugar: el retel a medio río y si hay salidas a corrientes, mejor que mejor. Los «sitios» conviene hacerlos y no seguir la pisada senda de los perezosos. El retel, no hace falta advertirlo, debe posar bien y no ser juguete de las aguas Una buena horcajo y buen pulso a la hora de la captura. Por la noche debido al vadeo constante de los cangrejos los intermedios de descanso deben ser más breves, pues el crustáceo anda más despabilado y suele ser más devorador. Al viajero le enumera rincones de esos privilegiados con una sarta de nombres interminables que sólo el lugareño llega a dominar del todo. Mi amigo, que es además de eso buen gastrónomo, obsequia al viajero con una suculenta cangrejada a base de pimentines, una miaja de pimienta, ajo y mucho tomate. Ese es su secreto y su salero.
De regreso, el viajero mira con mucha envidia los recodos del Úrbel allá por Santa Cruz, La Piedra, Quintana del Pino y se acuerda con dulce nostalgia de los laberintos cristalinos que el Rudrón hace en Santa Coloma o en Buñuelos. El verano junto a ellos es más gratificante.
* Hemeroteca del Diario de Burgos: Por Juan José PEREZ SOLANA