Aidan quiso responderle, justificar su programa, el contenido de las bellas imágenes que entre todos habían labrado, pero el clérigo llegado desde Burgos no le dejó, ya que continuó con su argumentación:
-Nosotros hemos venido aquí a eliminar todo vestigio del viejo rito hispano y nos encontramos con esto.
- ¿Qué quieres decir? -Ahora sí, le cortó Aidan colocándose intencionadamente como su igual y hablándole de tú a tú-.
-Vuestras imágenes son el símbolo de algunos de los viejos cultos celtas irlandeses -replicó el sacerdote-.
-Me alegra encontrarme ante un hombre culto -respondió seco y sin ganas de prolongar el diálogo Aidan-.
-En París, aprendemos de todo. Pero, no quiero seguir hablando con un bárbaro. Dentro de tres semanas, se producirá el juicio de vuestras esculturas y, por descontado, de vuestra fe.
Aquellas palabras habían sido la sentencia pronunciada antes de hora. Aidan lo intuyó al instante. Tal vez sus imágenes se salvaran, pero él y los pocos ayudantes que le quedaban serían condenados. Después de esa breve conversación de Aidan con el arcediano franco, todos ellos acabaron encerrados en su propia cabaña convertida en una improvisada cárcel. Aidan, aquella mañana, tomo la decisión de salvar a los suyos.
Aidan supo que sólo les quedaba un camino si querían salvar tanto sus conocimientos como su vida, la dispersión a través de la huída. Habían llegado como un grupo. Las duras condiciones de trabajo, los accidentes y el extremo tiempo de esas fuentes del Urbel se habían encargado de diezmar al grupo. Ya sólo quedaban cinco. Aidan sabía que esa era su última noche como grupo. Al amanecer, si no habían logrado escapar y tomar direcciones contrarias, sus cuatro ayudantes serían expulsados de las hermosas tierras de las fuentes del Urbel siendo conducidos hacia Burgos para ser condenados a prisión durante años. Sólo él permanecería como responsable directo y único de todas las >>
-Nosotros hemos venido aquí a eliminar todo vestigio del viejo rito hispano y nos encontramos con esto.
- ¿Qué quieres decir? -Ahora sí, le cortó Aidan colocándose intencionadamente como su igual y hablándole de tú a tú-.
-Vuestras imágenes son el símbolo de algunos de los viejos cultos celtas irlandeses -replicó el sacerdote-.
-Me alegra encontrarme ante un hombre culto -respondió seco y sin ganas de prolongar el diálogo Aidan-.
-En París, aprendemos de todo. Pero, no quiero seguir hablando con un bárbaro. Dentro de tres semanas, se producirá el juicio de vuestras esculturas y, por descontado, de vuestra fe.
Aquellas palabras habían sido la sentencia pronunciada antes de hora. Aidan lo intuyó al instante. Tal vez sus imágenes se salvaran, pero él y los pocos ayudantes que le quedaban serían condenados. Después de esa breve conversación de Aidan con el arcediano franco, todos ellos acabaron encerrados en su propia cabaña convertida en una improvisada cárcel. Aidan, aquella mañana, tomo la decisión de salvar a los suyos.
Aidan supo que sólo les quedaba un camino si querían salvar tanto sus conocimientos como su vida, la dispersión a través de la huída. Habían llegado como un grupo. Las duras condiciones de trabajo, los accidentes y el extremo tiempo de esas fuentes del Urbel se habían encargado de diezmar al grupo. Ya sólo quedaban cinco. Aidan sabía que esa era su última noche como grupo. Al amanecer, si no habían logrado escapar y tomar direcciones contrarias, sus cuatro ayudantes serían expulsados de las hermosas tierras de las fuentes del Urbel siendo conducidos hacia Burgos para ser condenados a prisión durante años. Sólo él permanecería como responsable directo y único de todas las >>