El buen Dios había querido dirigir su pasos no hacia el occidente, el lugar en el que sus antepasados creían que resucitaban las almas y emprendían el camino de regreso al cielo, sino hacia unas tierras extrañas, pero hermosas. Unas tierras que todos conocían con el nombre de Fuente Urbel.
Tanto el destino de Aidan como el de su grupo cambió, como ocurre siempre, sin ellos buscarlo. Movido por la curiosidad, Aidan se dirigió hacia uno de los acantilados de la abrupta costa a la que acababan de llegar. Sentado en una gran piedra, encontró a un viejo clérigo. Aidan se dirigió hacia él. Al verlo acercarse, el anciano sacerdote le saludó en un correcto latín eclesiástico. Aidan respondió el saludo, mientras se sentaba junto a él. Durante más de veinte minutos, los dos permanecieron en silencio contemplando el mar.
-Mal tiempo para abandonar las nobles costas de Scottia, la vieja Hibernia -dijo de repente el clérigo en un perfecto gaélico-.
Aidan se quedó sin saber qué decir. El viejo sacerdote prosiguió:
-También yo partí de la noble Scottia hace ya muchos años cuando entre nosotros se hizo público que se precisaban jóvenes sacerdotes para cubrir las necesidades espirituales de las Extremaduras de los nuevos reinos cristianos hispanos, al ir estos ganando tierras de forma constante al infiel.
-Perdón por mi sorpresa -respondió ya calmado Aidan-. No esperaba que la primera persona que encontrase en la tierra de Los hijos de Mil fuese precisamente un Scotti.
-No te preocupes -le tranquilizó el viejo sacerdote-, de forma anónima y en diferentes oleadas hemos ido viniendo muchos de nosotros. ¿Hacia dónde te diriges con tu grupo?
- ¿Cómo sabes que dirijo un grupo?
-Sólo el bas, el jefe, debe atreverse a adentrarse en lo desconocido mientras el resto del grupo custodia la preciosa barca -sentenció el viejo-.
-Hacia el ocaso, a las obras que se están realizando en honor del santo hermano del discípulo amado. Siempre, eso sí, si el buen Dios quiere... >>
Tanto el destino de Aidan como el de su grupo cambió, como ocurre siempre, sin ellos buscarlo. Movido por la curiosidad, Aidan se dirigió hacia uno de los acantilados de la abrupta costa a la que acababan de llegar. Sentado en una gran piedra, encontró a un viejo clérigo. Aidan se dirigió hacia él. Al verlo acercarse, el anciano sacerdote le saludó en un correcto latín eclesiástico. Aidan respondió el saludo, mientras se sentaba junto a él. Durante más de veinte minutos, los dos permanecieron en silencio contemplando el mar.
-Mal tiempo para abandonar las nobles costas de Scottia, la vieja Hibernia -dijo de repente el clérigo en un perfecto gaélico-.
Aidan se quedó sin saber qué decir. El viejo sacerdote prosiguió:
-También yo partí de la noble Scottia hace ya muchos años cuando entre nosotros se hizo público que se precisaban jóvenes sacerdotes para cubrir las necesidades espirituales de las Extremaduras de los nuevos reinos cristianos hispanos, al ir estos ganando tierras de forma constante al infiel.
-Perdón por mi sorpresa -respondió ya calmado Aidan-. No esperaba que la primera persona que encontrase en la tierra de Los hijos de Mil fuese precisamente un Scotti.
-No te preocupes -le tranquilizó el viejo sacerdote-, de forma anónima y en diferentes oleadas hemos ido viniendo muchos de nosotros. ¿Hacia dónde te diriges con tu grupo?
- ¿Cómo sabes que dirijo un grupo?
-Sólo el bas, el jefe, debe atreverse a adentrarse en lo desconocido mientras el resto del grupo custodia la preciosa barca -sentenció el viejo-.
-Hacia el ocaso, a las obras que se están realizando en honor del santo hermano del discípulo amado. Siempre, eso sí, si el buen Dios quiere... >>