Aidan siempre había creído que eran compatibles las viejas leyendas que le contaba su abuelo, el bardo del noble clan de los MacNjil, con la verdad sagrada de la Biblia. Su abuelo había sido un gran cristiano que siempre se había encargado de recordarle:
-A lo largo de la historia, los hombres han utilizado diferentes nombres y han narrado divergentes historias para explicar una única verdad: existe el buen Dios; un Dios que trabaja cada día en su creación y un Dios que tienen el poder de matar, pero también de restituir la vida al hombre.
Por esta razón, Aidan cuando colocó la escultura del buen Dios, a través del viejo relato de Dagda, supo que, con el pasar de los años, muchos hombres ni sabrían interpretar lo que significaba el caldero ni mucho menos todavía entender que el martillo, la clava, representaba un ancestral atributo del buen Dios de la vida y de la muerte..
Pero, Aidan, no era el único del grupo preocupado por el tema de la transmisión del conocimiento. Eunan, un tipo algo rudo en sus modales, pero siempre honesto, el encargado en el grupo de transportar atados a la cintura los pocos libros que poseían, le había comentado un día:
-Si quieres colocar la antigua imagen de Dagda como homenaje silencioso de agradecimiento a Los hijos de Mil, no debes olvidarte de esculpir también el símbolo de nuestro camino, la barca. El buen Dios, a través de su palabra encarnada, nos hizo peregrinos en esta tierra tal y como se nos recuerda en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos.
-Dices verdad -le había contestado Aidan-. Nosotros hemos venido a hablar, a través de las imágenes que esculpimos en las piedras, del buen Dios desde tierras lejanas, pero podemos reflejar nuestro camino en esta idea de la barca. Una barca en la que se vean reflejados hombres que viajan, pero que no pescan. Nosotros no somos los pescadores de Galilea; sólo somos unos hombres que imitamos su ejemplo saliendo, definitivamente, de nuestra tierra para dar testimonio de nuestra fe.
-A lo largo de la historia, los hombres han utilizado diferentes nombres y han narrado divergentes historias para explicar una única verdad: existe el buen Dios; un Dios que trabaja cada día en su creación y un Dios que tienen el poder de matar, pero también de restituir la vida al hombre.
Por esta razón, Aidan cuando colocó la escultura del buen Dios, a través del viejo relato de Dagda, supo que, con el pasar de los años, muchos hombres ni sabrían interpretar lo que significaba el caldero ni mucho menos todavía entender que el martillo, la clava, representaba un ancestral atributo del buen Dios de la vida y de la muerte..
Pero, Aidan, no era el único del grupo preocupado por el tema de la transmisión del conocimiento. Eunan, un tipo algo rudo en sus modales, pero siempre honesto, el encargado en el grupo de transportar atados a la cintura los pocos libros que poseían, le había comentado un día:
-Si quieres colocar la antigua imagen de Dagda como homenaje silencioso de agradecimiento a Los hijos de Mil, no debes olvidarte de esculpir también el símbolo de nuestro camino, la barca. El buen Dios, a través de su palabra encarnada, nos hizo peregrinos en esta tierra tal y como se nos recuerda en el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos.
-Dices verdad -le había contestado Aidan-. Nosotros hemos venido a hablar, a través de las imágenes que esculpimos en las piedras, del buen Dios desde tierras lejanas, pero podemos reflejar nuestro camino en esta idea de la barca. Una barca en la que se vean reflejados hombres que viajan, pero que no pescan. Nosotros no somos los pescadores de Galilea; sólo somos unos hombres que imitamos su ejemplo saliendo, definitivamente, de nuestra tierra para dar testimonio de nuestra fe.