Aidan no lo dudó. Al contemplar el estado en el que devolvieron a Ailbe, el joven aprendiz del grupo, a la choza en la que habían sido recluidos, tomó la decisión. Sus compañeros debían huir. Sólo él era el culpable. Por esa razón, sólo él debía pasar el amargo precio de la incomprensión.
El joven Ailbe había entrado llorando a lágrima viva, ocultando su mano derecha. Ciaran, un hombre alto y corpulento, el enfermero del grupo, se percató a la primera del problema. Se acercó al joven Ailbe y le dijo:
-Muéstrame los dedos dislocados de tu mano.
En un primer momento, Ailbe se negó encorvándose sobre su propio cuerpo. Ciaran no pudo más. Se acerco hasta él y, sujetándole el brazo, puso al descubierto y a la vista de todos la mano deformada del joven aprendiz.
-Has tenido suerte -le dijo-. Por ahora, sólo te han dislocado los dedos.
-El que lo ha hecho sabía muy bien lo que se traía entre manos -indicó Eunan, siempre sabio en sus apreciaciones¾.
-Sí, sólo querían asustarte y asustarnos a nosotros -sentenció Fiacre, el maestro escultor-. Además, el que lo ha hecho conoce que nosotros podemos arreglarte estas dislocaciones, para algo somos canteros.
-Estoy con vosotros -intervino Aidan que había permanecido callado hasta ese momento¾. Pero es necesario que intervengamos ya y que no hagamos sufrir más al joven Ailbe.
¾Joven Ailbe ¾le comunicó Ciaran¾, no tenemos a mano ninguna hierba u hongo tranquilizante. Lo tendré que hacer como a los animales. Volveré a colocar todos los huesos de tus dedos, uno a uno y dedo tras dedo, en su sitio. No te hagas el valiente. Si sientes que te desmayas, déjate ir; así no sufrirás.
Mientras Ciaran le estaba acabando de dirigir estás últimas palabras, Eunan Fiacre y el propio Aidan estiraron al joven en el suelo. Ciaran se le sentó sobre el estómago; Fiacre sobre sus piernas. Aidan le sostuvo la cabeza y Eunan le inmovilizó el tronco y todo su brazo izquierdo en cuestión de segundos. El joven Ailbe casi no podía respirar. Ciaran actuó rápido, iniciando su trabajo con >>
El joven Ailbe había entrado llorando a lágrima viva, ocultando su mano derecha. Ciaran, un hombre alto y corpulento, el enfermero del grupo, se percató a la primera del problema. Se acercó al joven Ailbe y le dijo:
-Muéstrame los dedos dislocados de tu mano.
En un primer momento, Ailbe se negó encorvándose sobre su propio cuerpo. Ciaran no pudo más. Se acerco hasta él y, sujetándole el brazo, puso al descubierto y a la vista de todos la mano deformada del joven aprendiz.
-Has tenido suerte -le dijo-. Por ahora, sólo te han dislocado los dedos.
-El que lo ha hecho sabía muy bien lo que se traía entre manos -indicó Eunan, siempre sabio en sus apreciaciones¾.
-Sí, sólo querían asustarte y asustarnos a nosotros -sentenció Fiacre, el maestro escultor-. Además, el que lo ha hecho conoce que nosotros podemos arreglarte estas dislocaciones, para algo somos canteros.
-Estoy con vosotros -intervino Aidan que había permanecido callado hasta ese momento¾. Pero es necesario que intervengamos ya y que no hagamos sufrir más al joven Ailbe.
¾Joven Ailbe ¾le comunicó Ciaran¾, no tenemos a mano ninguna hierba u hongo tranquilizante. Lo tendré que hacer como a los animales. Volveré a colocar todos los huesos de tus dedos, uno a uno y dedo tras dedo, en su sitio. No te hagas el valiente. Si sientes que te desmayas, déjate ir; así no sufrirás.
Mientras Ciaran le estaba acabando de dirigir estás últimas palabras, Eunan Fiacre y el propio Aidan estiraron al joven en el suelo. Ciaran se le sentó sobre el estómago; Fiacre sobre sus piernas. Aidan le sostuvo la cabeza y Eunan le inmovilizó el tronco y todo su brazo izquierdo en cuestión de segundos. El joven Ailbe casi no podía respirar. Ciaran actuó rápido, iniciando su trabajo con >>