dos vecinos y marcharon despavoridos hacia Burgos no sin antes decirnos que volverían para hacernos destruir el templo pagano.
Al oír estas últimas palabras, Aidan abrió los ojos con desesperación. La hermosa mujer lo tranquilizó. -No te preocupes. No volverán. Ya han podido explicar al obispo que han cumplido el encargo que les dio, vuestra destrucción.
-Pero, ¿y vosotros?
-Nadie volverá en años por aquí, a Fuente Urbel. Nos consideran analfabetos. Piensan que para nosotros las imágenes que habéis esculpido no significan nada. Estamos acostumbrados a vivir sin la ayuda de los poderosos y no nos va tan mal.
Aidan supo que su templo se había salvado gracias a la sabiduría iletrada de las gentes de las fuentes del río Urbel. También él, ahora, estaba convencido de que nadie regresaría para destruir ese templo homenaje a Los hijos de Mil. A los poderosos sólo les interesa el mundo de las apariencias, de las riquezas, de los miedos, de la violencia y de las supersticiones y todas estas sólo se encontraban junto a los templos importantes del poderoso camino de occidente.
Mientras escuchaba el murmullo del agua sagrada de las fuentes del río Urbel y el crepitar de las llamas de la hoguera con la que sus gentes estaban tratando de sanar su cuerpo enfermo, Aidan cerró sus ojos dispuesto a aceptar el justo veredicto del caldero de Dagda, la voluntad de la Divina Sabiduría de un Dios que, a imagen y semejanza de una hoja de trébol, expresa siempre su unidad como trinidad.
Al oír estas últimas palabras, Aidan abrió los ojos con desesperación. La hermosa mujer lo tranquilizó. -No te preocupes. No volverán. Ya han podido explicar al obispo que han cumplido el encargo que les dio, vuestra destrucción.
-Pero, ¿y vosotros?
-Nadie volverá en años por aquí, a Fuente Urbel. Nos consideran analfabetos. Piensan que para nosotros las imágenes que habéis esculpido no significan nada. Estamos acostumbrados a vivir sin la ayuda de los poderosos y no nos va tan mal.
Aidan supo que su templo se había salvado gracias a la sabiduría iletrada de las gentes de las fuentes del río Urbel. También él, ahora, estaba convencido de que nadie regresaría para destruir ese templo homenaje a Los hijos de Mil. A los poderosos sólo les interesa el mundo de las apariencias, de las riquezas, de los miedos, de la violencia y de las supersticiones y todas estas sólo se encontraban junto a los templos importantes del poderoso camino de occidente.
Mientras escuchaba el murmullo del agua sagrada de las fuentes del río Urbel y el crepitar de las llamas de la hoguera con la que sus gentes estaban tratando de sanar su cuerpo enfermo, Aidan cerró sus ojos dispuesto a aceptar el justo veredicto del caldero de Dagda, la voluntad de la Divina Sabiduría de un Dios que, a imagen y semejanza de una hoja de trébol, expresa siempre su unidad como trinidad.