un
paisaje sacro de la hispania céltica Cinco peñas sagradas de tres mil años de
antigüedad han sido recientemente «rescatadas»
Gete (no se conoce el origen etimológico del nombre) es un bonito y pequeño
pueblo, dependiente de
Pinilla de los Barruecos desde comienzos del siglo pasado, y perteneciente a la Castilla profunda y a la «
España Vacía» que, tan poéticamente, describe Antonio Lucas. Ubicada en el fondo de un
valle entre las Peñas de
Carazo y del Alto del Cuerno, que le resguardan de los cierzos, dista apenas doce kilómetros de
Salas de los Infantes y al que se accede por una angosta y bien cuidada
carretera, desde el comienzo del ramal de Pinilla por la Nacional 234 en dirección a
Soria. El
caserío, escaso y bien cuidado, está conformado por una treintena de
edificios recios y espaciosos, de estructura de
piedra bien tallada como haciendo honor a la fama de «buenos canteros» de sus antiguos moradores. No tiene
casas blasonadas, ni construcciones destacadas, ni una
iglesia que llame la atención. Sus
campanas están mudas y en la
escuela no se oye el canto de la tabla del nueve. No se oye, tampoco, el ladrido de algún perro ni se ve gato alguno por sus
tejados; pero tiene, eso sí, un idílico paisaje donde (a poco que te descuides) algún corzo esbelto e insolente pretenderá hacerte frente, para luego huir a través de un paraje boscoso y montañoso, casi
virgen. Tampoco tiene
río. El Río Gete, al que pone su nombre, es apenas un arroyo que no aguanta el estiaje y, sin embargo, por su posición topográfica, su subsuelo es rico en manantiales y sus numerosos cubillos y
fuentes, datan al sustrato de un tamiz fresco y verde. Y en ese bucólico entorno, en el que se respira la paz y el sosiego, la letrada María Victoria
Palacios Palacios (oriunda de la localidad) tomó consciencia hace años, de las «singularidades» de una peña en la que jugaba en sus años infantiles. La inquietud por la investigación y el descubrimiento de Mª Victoria encontró en el profesor, Ignacio Ruiz Vélez, el mejor valedor para el estudio de tan singulares vestigios. Así, el entusiasmo y esfuerzo de ambos, su dedicación y empeño, han gestado la base documental de unos estudios modélicos sobre la religiosidad céltica y sus manifestaciones palpables en la
Sierra de la Demanda y, en particular, en las «Peñas Sacras de Gete». Datadas éstas al final de la Edad del Bronce, hacia el año 700 antes de
Cristo, se trata de unos
santuarios o lugares sagrados donde se practicaban ritos religiosos para solicitar la ayuda de los dioses y se realizaban sacrificios inmolando animales, generalmente
ovejas,
cerdos y bóvidos. Según el profesor y académico Ignacio Ruiz Vélez, «el sacrificio era parte de un ritual en el que se quemaban las vísceras de los animales con ofrecimiento a los dioses, derramando su sangre como símbolo de fecundidad. Por ello, todas las peñas sacras tienen en su parte superior unos hoyos circulares llamados lóculos, o vasos de los sacrificios, donde se inmolaban a los animales, así como un canalillo de desagüe de la sangre vertida por éstos». «Estos actos religiosos (continúa el Sr. Ruiz Vélez), supondrían también un acto social y político donde se propiciaban los negocios, pactos políticos o los matrimonios exogámicos». Vendrían a ser (añadimos nosotros) como las
Romerías de los tiempos modernos en las que, al socaire de las
ermitas de los santuarios cristianos, se practica toda clase de tratos comerciales y de acercamiento social. Algunas peñas además, como la «Peña de los Tres Tronos», presentan unos tallados bajorrelieves con apariencia de asientos o tronos, dedicados, al parecer, a ceremonias político-religiosas. Se aprecian también, en la base de algunas peñas, los signos de cristianización de los santuarios célticos con la
cruz griega grabada en la
roca. Si, inicialmente, fueron dos las peñas estudiadas, el ámbito se ha ampliado recientemente a cinco y «se trataría de santuarios de frontera (apunta Ruiz Vélez) puesto que se encuentran en los límites de los
pueblos Pelendones al este, Turmódigos al norte y noroeste, Vacceos al suroeste y Arévacos al sureste, y en la frontera geográfica entre el Alto Valle del Arlanza y el Alto Valle del Duero». Estos
altares, no son los únicos ubicados en el alto valle del Arlanza: «La
Laguna de Poceirón» en Aldea del
Pinar; «La Cerca» dentro del castro
medieval del Comunero de Revenga; «La Peña Castejón» de
Hacinas o «La Peña de Lara» al borde del escarpe del castro, constituyen un conjunto de riqueza del paisaje sacro de la Hispania Céltica que bien podían conformar un ente propio dentro de la Red de Espacios Naturales de
Castilla y León. Todas las investigaciones, están dirigidas (además de por el arqueólogo Ruiz Vélez) por el catedrático y académico Martín Almagro Gorbea, prócer de la
arqueología en España y auténtica autoridad, en la materia, a nivel mundial. Sus resultados, han sido presentados y reconocidos en el XXII Congreso Nacional de
Historia del
Arte y en el congreso celebrado en Oporto en el año 2016 sobre Arqueología del Valle del Duero. Este
verano (como todos los últimos), entre doce y quince personas procedentes de Salas,
Burgos,
Barcelona o Benidorm, oriundos o no de Gete, han realizado labores de limpieza, investigación y desbrozo en las Peñas Sacras y han contado con el apoyo del
Ayuntamiento de Pinilla de los Barruecos y de algunas subvenciones de la Diputación Provincial de Burgos y de la Caja Rural. Ahora, cuando el verano toca a su fin, cuando los vencejos y los abejarucos retornan a sus moradas del
invierno y las
cigüeñas ensayan sus últimos vuelos para el paso del desierto, el pueblo se queda solitario, silente… Solo la vigilia de Juana, de Constancia y de Jesús (únicos moradores permanentes) conecta con la vida humana, mientras la
naturaleza vuelve a abrazar esos vestigios del pasado, como queriéndoles proteger de la mano depredadora de algunos hombres.