EL VERTIGO DE LA LADERA.
De tan familiar y cercano, se me olvida a veces el vértigo de la ladera de El Montecillo. Cuando en julio quise tocarlo y me vi en su lomo como un roble más, me pudo la borrachera de la magia y me creí señor de los equilibrios verticales. Por un momento jugué a ser muchacho de nuevo y a punto estuve de dejarme rodar para sentirme acariciado por la mano vertiginosa y amiga de la ladera que, siempre callada, esconde en una quietud majestuosa su bravura.
Por Iluminado Jiménez.
Gracias por hacermos ver y sentir lo que nos abraza y nos rodea.
De tan familiar y cercano, se me olvida a veces el vértigo de la ladera de El Montecillo. Cuando en julio quise tocarlo y me vi en su lomo como un roble más, me pudo la borrachera de la magia y me creí señor de los equilibrios verticales. Por un momento jugué a ser muchacho de nuevo y a punto estuve de dejarme rodar para sentirme acariciado por la mano vertiginosa y amiga de la ladera que, siempre callada, esconde en una quietud majestuosa su bravura.
Por Iluminado Jiménez.
Gracias por hacermos ver y sentir lo que nos abraza y nos rodea.