Es un
pueblo increible. Lo visité en
invierno, un día claro y me impresionó. No había nadie por las
calles, pude pasear por la
historia con intimidad. Recomiendo no sólo disfrutar de las preciosas vistas desde sus
miradores, sino también hacer lo contrario, contemplar el pueblo desde abajo. Está encaramado en un
monte con
caminos que lo rodean desde los cuales el pueblo se vuelve mágico.
Una Donostiarra.