Pueblo, no te rindas, por favor no cedas,
aunque te pinten las casas de blanco,
aunque las ruinas afeen tus calles,
aunque la avaricia las estreche,
y no haya espacios para aparcar los coches.
Aunque los pocos árboles que dan verde, se corten.
Aunque se construyan almacenes que repelen a la vista,
y se cementen las zonas verdes.
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Hoy ya nadie pisaba tus
calles. Las
casas cerradas a
puerta y media. Los perros de la última casilla de la
calle la
Ermita, como siempre, rompían el silencio con sus ladridos continuados, mientras sus dueños viven tranquilamente en otro
pueblo.
Las piezas estaban blanqueadas y las pozas de
agua quieta eran todo hielo. No me extraña con ocho bajo cero en la Siberia burebana, el frío quema y hiere como el filo de un cuchillo. La tierra era
piedra arriba y abajo aun húmeda tierra a pesar de los hielos,
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