En algunos
pueblos los viejos y ancestrales
aperos de
labranza para no olvidar su pasado de agricultores y ganaderos, se exponen en los pequeños
rincones de las
calles como verdaderos y recios
monumentos, para que la memoria y la
historia no olvide quienes fuimos y por dónde vamos.
Los útiles
carros de bueyes con sus cartolas y picotes, el brillante bravant monosurco que volteaba la tierra para luego gradear y sembrar, el arrastrado
trillo con sus silex desgranando el cereal, son auténticos restos
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