Me gusta el relato aunque no la tristeza y soledad que desprende.
Siempre hay valientes que se dejan caer por este solitario caserío a pesar de las temperaturas siberianas.
Eso sí que es amor de hijo.
Te envidio. Hoy ya nadie pisaba tus calles. Las casas cerradas a puerta y media. Los perros de la última casilla de la calle la Ermita, como siempre, rompían el silencio con sus ladridos continuados, mientras sus dueños viven tranquilamente en otro pueblo.
Las piezas estaban blanqueadas y las pozas de agua quieta eran todo hielo. No me extraña con ocho bajo cero en la Siberia burebana, el frío quema y hiere como el filo de un cuchillo. La tierra era piedra arriba y abajo aun húmeda tierra a pesar de los hielos,... Pueblo, no te rindas, por favor no cedas,
aunque te pinten las casas de blanco,
aunque las ruinas afeen tus calles,
aunque la avaricia las estreche,
y no haya espacios para aparcar los coches.
Aunque los pocos árboles que dan verde, se corten.
Aunque se construyan almacenes que repelen a la vista,
y se cementen las zonas verdes.
... Foto para el recuerdo: cuántas familias han vivido entre esas paredes. Todo el caserío en un puño.