El gran y hermoso abeto se plantó en su día en un agujero en medio del peñascal de roca arenisca que hay entre la ermita y la vivienda aneja.
Este árbol fue creciendo en tamaño y elegancia. Pero llegó un momento que por la falta de profundidad de sus raíces y por su tamaño se convirtió en un peligro.
Podía caer encima de un vehículo que pasara en ese momento por la carretera; encima de algún transeúnte o... incluso, encima de los familiares de la persona que en su día lo plantó con mimo y que... ¡Qué importa que los árboles, no dejen ver la ermita! Si estando a su lado la hacen más bella.
Pero sí importa y mucho, que el hermoso Abeto, haya sido talado sin piedad, y hoy ya no exista.