BREVE RESEñA SOBRE HERMOSILLA DE BUREBA
En primer lugar permitirme que me presente; no soy hijo de Hermosilla, como si lo fuera, estoy casado con una hermosillana.
Conocí ese hermoso pueblo la madruga de un sábado de otoño de 1967, llegamos mi pareja y yo a Briviesca a las 6 de la madrugada, procedentes de Madrid en el express de Irun, la fortuna nos fue propicia ya que había un taxista a tales horas en la estación, que nos condujo a Hermosilla, todo un milagro.
Los 16 Km que separan ambas poblaciones se me hicieron eternos máxime con la infernal carretera de los tres últimos Kms. Cuando amanecio todo fue distinto el enclave, los ríos, el paisaje otoñal hizo cambiar la mala experiencia del viaje.
Me siento muy afortunado por haber conocido, si no todas, parte de las tareas y costumbres ancestrales de Hermosilla; trillar en las eras, hacer vino en las bodegas, pescar cangrejos en las Calzadas, e incluso en Romadero, celebrar meriendas en las bodegas, (solo había dos o tres donde se podía realizar semejantes eventos), cultivar las huertas, ir de verea (para los no versados, significa ir todos los hombres del pueblo a arreglar caminos o tareas para el bien común), cuidar del ganado, ordeñar a las vacas y ovejas, extraer la miel de las colmenas e infinidad de pequeñas tareas que haría muy prolijo su enumeración.
Pero todo empezó a cambiar con la concentración parcelaria a finales de los sesenta, por entonces si que había cerezos, melocotoneros de viña, almendros, viñas e infinidad de olmos, sauces, nogales, etc, el campo era precioso, ahora bien, las faenas en el mismo se hacían penosas por la imposiblidad de mecanizar los trabajos.
Con la concentración todo fue más fácil, aparecieron tractores y cosechadoras, donde antes solo había yuntas, trillos y hoces, los paganos del progreso fueron los árboles; nogales, cerezos, almendros y toda suerte de árboles de ribera fueron arrancados y su madera quemada en la lumbre o vendida a los aserraderos de Oña. Otros seres que sufrieron lo suyo fueron las aves y otros pequeños mamíferos, a los cuales se les privó de sus refugios.
Se hizo un curso nuevo para el Oca, aún perdura en la cuesta de Santa María parte del cauce viejo, pero pasados unos años el viejo Oca buscó su camino, comiendo fanegas de ubérrima tierra de vega de las Canalejas y Baño.
Las carreteras que comunicaban Hermosilla con el resto de la Bureba, eran de tierra (el empalme de los Barrios se asfaltó entrados los 70's).
Otro cambio significativo se produjo con la llegada de forasteros los cuales comprarón casas, eras, corrales y terrenos en donde contruyeron sus segundas residencias.
Con una población autóctona en declive y la llegada de forasteros, la identidad de Hermosilla, a mi juicio, se ha perdido para siempre.
Costumbres, actividades y juegos muy arraigados ya no se practican, la Hermosilla de siempre se muere ¡¡ que pena !!.
José Antonio Jiménez.
En primer lugar permitirme que me presente; no soy hijo de Hermosilla, como si lo fuera, estoy casado con una hermosillana.
Conocí ese hermoso pueblo la madruga de un sábado de otoño de 1967, llegamos mi pareja y yo a Briviesca a las 6 de la madrugada, procedentes de Madrid en el express de Irun, la fortuna nos fue propicia ya que había un taxista a tales horas en la estación, que nos condujo a Hermosilla, todo un milagro.
Los 16 Km que separan ambas poblaciones se me hicieron eternos máxime con la infernal carretera de los tres últimos Kms. Cuando amanecio todo fue distinto el enclave, los ríos, el paisaje otoñal hizo cambiar la mala experiencia del viaje.
Me siento muy afortunado por haber conocido, si no todas, parte de las tareas y costumbres ancestrales de Hermosilla; trillar en las eras, hacer vino en las bodegas, pescar cangrejos en las Calzadas, e incluso en Romadero, celebrar meriendas en las bodegas, (solo había dos o tres donde se podía realizar semejantes eventos), cultivar las huertas, ir de verea (para los no versados, significa ir todos los hombres del pueblo a arreglar caminos o tareas para el bien común), cuidar del ganado, ordeñar a las vacas y ovejas, extraer la miel de las colmenas e infinidad de pequeñas tareas que haría muy prolijo su enumeración.
Pero todo empezó a cambiar con la concentración parcelaria a finales de los sesenta, por entonces si que había cerezos, melocotoneros de viña, almendros, viñas e infinidad de olmos, sauces, nogales, etc, el campo era precioso, ahora bien, las faenas en el mismo se hacían penosas por la imposiblidad de mecanizar los trabajos.
Con la concentración todo fue más fácil, aparecieron tractores y cosechadoras, donde antes solo había yuntas, trillos y hoces, los paganos del progreso fueron los árboles; nogales, cerezos, almendros y toda suerte de árboles de ribera fueron arrancados y su madera quemada en la lumbre o vendida a los aserraderos de Oña. Otros seres que sufrieron lo suyo fueron las aves y otros pequeños mamíferos, a los cuales se les privó de sus refugios.
Se hizo un curso nuevo para el Oca, aún perdura en la cuesta de Santa María parte del cauce viejo, pero pasados unos años el viejo Oca buscó su camino, comiendo fanegas de ubérrima tierra de vega de las Canalejas y Baño.
Las carreteras que comunicaban Hermosilla con el resto de la Bureba, eran de tierra (el empalme de los Barrios se asfaltó entrados los 70's).
Otro cambio significativo se produjo con la llegada de forasteros los cuales comprarón casas, eras, corrales y terrenos en donde contruyeron sus segundas residencias.
Con una población autóctona en declive y la llegada de forasteros, la identidad de Hermosilla, a mi juicio, se ha perdido para siempre.
Costumbres, actividades y juegos muy arraigados ya no se practican, la Hermosilla de siempre se muere ¡¡ que pena !!.
José Antonio Jiménez.